El clientelismo tiene pocas virtudes, si es que acaso tiene alguna en realidad. Más allá del obvio beneficio que registra para quien lo lleva a cabo, lo demás son puros cuestionamientos a su naturaleza. Éticamente reprobable, es lo que ha llevado a que la política se inunde en lo más soez de su propia esencia.
En Mendoza no hay excepción a la regla, no puede haberla. Ni siquiera en las “renovadoras” primarias. ¿No era que con la reforma electoral se terminaban los vicios de la política? Por lo visto, no; al menos algunos no.
El clientelismo en Mendoza empieza bien temprano, cerca de las 6.30 de la mañana, y en lugar destacado: los portones del Parque Gral. San Martín. Allí, poco a poco van confluyendo diferente tipo de vehículos —especialmente combis— que en breve serán los que lleven a votar a los habitantes de los barrios más humildes de la Ciudad de Mendoza.
Un gran gesto, por cierto, pero solo posible de llevar a cabo a cambio de dinero contante y sonante. “¿Cuánto les pagan por llevar y traer gente?”, le pregunto a Oscar, uno de los choferes. Se trata de un voluminoso hombre que aún espera instrucciones de un movedizo puntero que camina de un lado a otro con una hiperactividad que da envidia.
“A mí me pagan $300, pero algunos llegan a sacar $500”, confiesa Oscar mientras frota sus manos y las sopla para darse calor. Aún es temprano aquí y el frío se hace sentir en el cuerpo.
-¿Por qué algunos cobran más que otros?
-Por muchas razones, pero más que nada por el tamaño de la camioneta. La mía es chiquita, pero hay otras que son enormes.
-¿Quién les paga?
-Aquel muchacho que está con la lista en la mano (señala al puntero).
-¿De dónde sale el dinero? ¿Para qué partido político es este operativo?
-La guita sale del Estado, ¿de dónde va a salir? (Ríe) Este pibe es un puntero del partido de Cristina Kirchner, pero todos los partidos son iguales.
-¿Y qué les dan a los votantes?
-Se aprovechan de esa gente pobre. En general les ofrecen laburo y un bolsón de comida para que voten lo que ellos quieren.
-¿Ustedes pertenecen al oficialismo?
-(Enojado) ¡Nosotros somos apolíticos! Venimos solo a ofrecer las camionetas para hacer un manguito.
El relato de Oscar es crudo, pero real. Lo peor es que va más allá de la idiosincrasia de algún partido político en particular, es un vicio de todos los dogmas partidarios. Tampoco es algo nuevo ni novedoso: si bien es anacrónico, el sistema ha sobrevivido durante las últimas décadas con aceitada eficacia.
“¿No me llevás en tu camioneta para completar el `tour electoral´?”, le pregunto a Oscar, mientras comienza a hacerse de día. “No puedo, me comprometés pibe”, responde mientras se aleja sin dejar de frotar sus manos.
“¡Ey! Por $80 yo te llevo a hacer el recorrido”, me grita una mujer que ostenta uno de los pocos micros escolares que hay en el lugar. El puntero la mira, mientras le hace el gesto de “ojo” con el dedo índice.
La mujer parece desistir de la idea, ya que dejó de caminar hacia donde me encuentro y se dirige nuevamente a su camioneta. Mejor para mí, ya que no tenía dinero para pagarle ni intenciones de hacerlo.
Con cautela, pero de manera insistente pido a cada uno de los choferes que me ayuden para poder hacer el recorrido electoral. No he dicho aún que soy periodista pero muchos lo presienten. Pregunto demasiado, dicen.
Las combis empiezan a partir, van quedando cada vez menos y mi preocupación crece de manera directamente proporcional. Si no logro subir a una de esas camionetas, no podré hacer la nota que me han pedido.
“Dale flaco, subí que te llevo, pero no me metás en quilombos”, me dice un hombre con una mezcla de fastidio y compasión. Tiene una Trafic que parece más amplia por dentro que por fuera. Es impecable, imponente.
“Quedate tranquilo, vengo en son de paz”, le digo, intentando una humorada que el hombre parece no haber entendido. “Me hacés bardo y te bajo de una patada en el tujes”, agrega. Tomo cuenta del “metamensaje” y decido no abrir más la boca.
Muero por saber adónde nos dirigimos, pero no quiero enojar al amable dueño de la Trafic. Pronto sabré que el recorrido será por el barrio La Favorita, una de las zonas más humildes de la capital mendocina. Ingresamos por el acceso 2: allí, recogeremos a una veintena de vecinos para llevarlos a las escuelas donde harán su acto eleccionario.
Con inusitada paciencia, el chofer busca a cada uno de los que votarán. Todos parecen recién levantados de la cama. Hay que decirlo: solo el frío supera a la miseria del lugar.
Mientras avanza la Trafic, me pregunto por qué habiendo tantas escuelas en La Favorita los votantes deben ir a establecimientos alejados geográficamente. No hay respuesta, aunque sí una postal elocuente por demás: las escuelas hoy no funcionan, pero ostentan carteles que hablan de la gestión de Celso Jaque y, obviamente, de Cristina Kirchner.
“¿Todos tienen la boletita preparada?”, grita el chofer cual si fuera una didáctica clase de jardín de infantes. “¡Sí!”, gritan todos al unísono. Yo no, pues no soy parte oficial del tour. Por otro lado, había decidido no hablar.
"Si Dios quiere, a mi hijo le darán un puesto, pero tengo que conseguir 30 votos”, le cuenta una tal Olga a su ocasional compañera de asiento. Lo hace con un aplomo que espanta. Su mirada denota resignación finalmente.
A gran velocidad, la Trafic avanza y cruza los portones del célebre Parque San Martín. En menos de 10 minutos llegamos a la escuela Presidente Quintana, ubicada en la calle San Lorenzo 758.
Me es imposible no asociar la imagen de los ocupantes del vehículo, descendiendo a las apuradas, con el arrío de ganado vacuno. “¡Eh loco, no me empujés!”, le dice un hombre mayor al chofer de la Trafic. Los ánimos no son los mejores a esta hora de la mañana. Menos aún en plena jornada electoral.
“¿Hace mucho que vive en La Favorita?”, le pregunto al enojado elector. “Hace veinte años y siempre es lo mismo”, responde con evidente enojo.
-¿Por qué no se puede votar en las escuelas de ese barrio?
-Ojalá lo supiera, hace años que venimos pidiéndolo pero no nos dan pelota. Todos los políticos son iguales, todos nos dicen que eso va a cambiar cuando hacen campaña, pero después no hacen nada, ni siquiera aparecen en el lugar.
-¿A quién le sirve que esto sea así?
-¡A los políticos y a los que les alquilan las camionetitas! Obviamente a nosotros no nos sirve.
El hombre se niega a darme su nombre, pero no hace falta. El reclamo que hace es similar al de muchos otros vecinos de La Favorita.
El dato de las escuelas, por otro lado, es real. El sitio MDZ contó esta misma semana que el establecimiento más grande de Mendoza, inaugurado en abril de 2010, no estaba habilitado para que se vote en las primarias. Insisto en la pregunta, esta vez a mí mismo: ¿A quién le sirve este perverso mecanismo?
A esta altura, la indignación me supera. No debería, pero no puedo evitarlo. “Qué mal que ustedes se presten a este sistema antiético de arreo de personas”, le digo al chofer que me permitió hacer la recorrida en su camioneta. “Es un sistema de mier.. pero al menos te ganas un manguito p'al asado”, me contesta casi ninguneándome.
-¿Eso significa que te importa más comerte un asado que tener un poco de dignidad?
-¿Y vos quién sos para juzgarme?
-Un simple periodista, nada más.
-¡Más indigno que lo mío es lo tuyo de ser periodista, no me jodas flaco!
Todo intento por explicarle al chofer que está equivocado, es desactivado por sus insistentes gritos hacia mi persona. Pronto, los ataques comienzan a ser acompañados por algunos de sus colegas presentes en el lugar.
Es momento de volver a la redacción. “Soldado que escapa sirve para otra batalla”, solía decir mi abuela.
Camino apurado, sin darme vuelta, por las dudas. No puedo dejar de pensar en lo que he vivido hoy: la postal más cruda del clientelismo político.