Hasta ahora, los papelones y desaciertos de Cristina Kirchner solo se circunscribían a la geografía de la Argentina. A partir de esta semana, han saltado las fronteras del país llegando a foros prestigiosos de la talla de las universidades de Georgetown y Harvard.

El paso de la Presidenta de la Nación por esas casas de estudio, fue un verdadero muestrario de falacias, malhumor y chicanas. Todos estos, hay que decirlo, son tópicos que se encuentran en las antípodas de lo que debería ser la función de un mandatario al frente de las responsabilidades de un país.

El discurso de Cristina abundó en no pocas mentiras —más de veinte— entre las cuales se destacan la mención a índices de desempleo, la posición de la Argentina respecto al atesoramiento de dólares —insiste en decir que este es el segundo país luego de EEUU en acopiarlos— y la negación de las cifras de inseguridad e inflación.

Con relación a este último tema, la mandataria no dudó en maltratar a quien le hizo la pregunta de marras y aseguró sin ponerse colorada que se trataba solamente del invento afiebrado de dos periodistas. ¿Realmente cree Cristina que no hay inflación ni desempleo? ¿Anidará en su cabeza la idea de que hay una conspiración de la prensa en tal sentido?

La Presidenta no solo mintió una y otra vez, sino que lo hizo de mala manera, con un destrato que sorprendió a los que la escucharon disertar, todos ellos con un nivel de educación superlativo. ¿Hacía falta descalificar tan duramente a quienes la interrogaron con tan profusa humildad?

El malestar de Cristina fue inocultable durante toda la velada, la desarticulación de su rostro jamás permitiría mentir al respecto. Por momentos, esa incomodidad le jugó en contra, como cuando uno de los alumnos le preguntó por su inmensa fortuna. "La hice trabajando como abogada", aseguró con gran desparpajo, coronando en ese acto los desaciertos que ya venía pronunciando.

Quienes han investigado su vida personal —hay media docena de periodistas que han hurgado en su biografía íntima— saben que jamás firmó un solo escrito profesional, ni tampoco facturó trabajo alguno como letrada; siquiera estuvo jamás registrada en ningún colegio público de abogados del país.

Por caso, hasta hace pocos años estaba anotada como monotributista en la categoría más baja. Luego de que el escandaloso dato fuera revelado por la prensa, debió recategorizarse.

¿Por qué Cristina no dice la verdad acerca de su fortuna personal? Porque debería admitir que la hizo gracias a la usura que le facilitó la Circular 1.050 en tiempos de la dictadura militar. Allí acumuló sus primeras 22 propiedades; el resto de sus millones los hizo a partir del año 2003, sin poder explicar de qué manera lo logró. Nada que ver con el ejercicio del derecho.

Mintió Cristina en muchas otras cuestiones, como cuando aseguró que no hay cepo al dólar o que en el BCRA persisten 40 mil millones de dólares de reservas. Con una mano en el corazón: ¿Viviría la Argentina la crisis monetaria de estos días si tuviera realmente ese dinero la referida entidad?

Tampoco fue sincera la mandataria cuando juró que durante su gobierno no se tomó deuda foránea. ¿Cómo denominar entonces a los compromisos contraídos con Venezuela a tasas de interés desorbitantes?

Sería interminable el presente artículo si se mencionaran todas y cada una de las falacias presidenciales expuestas públicamente por Cristina. Es casi una anécdota ya puntualizar los desaciertos y analizar sus errores.

No es ese el punto a tener en cuenta, sino el estado de su salud mental. Luego de haber observado lo sucedido este jueves, es imposible imaginar a puntuales ministros y secretarios marcándole errores en su gestión. ¿Quién se animaría a semejante maltrato oficial?

Ello explica el silencio de los funcionarios del kirchnerismo frente a tantos desaciertos presidenciales. Nadie jamás se animará a contradecir a Cristina. Sin embargo, cae de maduro que es imposible que una democracia funcione con tal nivel de discrecionalidad gubernamental.

Por todo lo dicho, a partir de hoy en la Argentina debe instalarse un debate serio, profundo y honesto acerca de las cualidades mentales que debe tener, no ya Cristina, sino cualquier aspirante a ser presidente de la Nación.

No debe interpretarse esto como una cuestión destituyente, ni tampoco debe involucrarse a la política en la discusión. Es una situación relacionada con el más puro republicanismo y que amerita ser manejada con el mayor profesionalismo científico posible.

Hasta que ello no ocurra, será imposible salir de corset del populismo vernáculo que se viene perfeccionando en las últimas décadas, a través de la sucesión de mandatarios tan perniciosos como corruptos, uno tras otro.

Se insiste: hasta que ese debate no suceda, nada cambiará. Tal vez no esté Cristina ya en el poder, pero habrá otro presidente tan o más lesivo que ella.

Seguramente se tratará de otro mandatario que volverá a hacer quedar mal a la Argentina en foros extranjeros y que recibirá las mismas o peores silbatinas que las recibidas por Cristina esta noche.

No es poco.

Christian Sanz
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