Jorge Rafael Videla podría ser definido de muchas maneras: ex presidente de facto, dictador, militar, etc. Sin embargo, la mejor definición que le cabe es una sola: hijo de puta.
Lamentablemente, hay quienes lo reivindican y lamentan a través de las redes sociales su muerte, ocurrida esta misma mañana. Ese gesto, no solo es una falta el respeto a los familiares de quienes desaparecieron en los sangrientos años 70, sino también una afrenta a la democracia y a quienes creemos en ella.
Videla representa el emblema de la peor de las dictaduras que vivió la Argentina en toda su existencia. Incluso la inversión de la carga de la prueba de sus ciudadanos: cuando todos eran culpables hasta que se demostrara lo contrario.
¿Qué es lo bueno que dejó esa oscura etapa? ¿Qué es lo que reivindican aquellos que lamentan la desaparición física del otrora dictador?
Videla no solo dejó miles de muertos y desaparecidos: también nos regaló una de las deudas externas más escandalosas de la historia y la yapa de la evaporación total de la industria nacional.
Es bien cierto que hubo violencia en los 70 por parte de grupos guerrilleros, pero es imposible comparar sus accionar al poder de daño del terrorismo de Estado. Es comparar un elefante con una hormiga.
Las secuelas que han quedado luego del paso asesino de la dictadura que comandó Videla, aún no se borran. Más allá de la utilización que hace el kirchnerismo de los años 70 —tergiversación incluida—, jamás debe olvidarse lo que ha ocurrido entonces. La mejor vacuna para que no vuelva a pasar algo semejante es, justamente, esa memoria.
Hoy es un día emblemático, pero también debe serlo de recogimiento. Por nosotros, por nuestros desaparecidos y por la memoria del pueblo argentino en general.
No es poco.
Christian Sanz
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