Hasta hace unas pocas horas, el “Conejo” Gutiérrez era el seguro culpable del homicidio de Lola Chomnalez. Los medios de prensa se cansaron de señalarlo como el “asesino”, especialmente C5N, donde se mostró una entrevista realizada a su persona horas antes del crimen de la joven.
Comunicadores como Pablo Duggan —y otros— lo dieron por seguro condenado, aún cuando la Justicia no se había pronunciado aún. Lo mismo ocurrió con todos los anteriores “perejiles”, la mayoría de ellos de profesión “albañil”. ¿Casualidad? ¿Por qué los culpables tiene siempre la misma profesión?
Era obvio que todos y cada uno de los señalados eran inocentes. No había elementos concretos para señalarlos más que los dichos de interesados funcionarios judiciales. Luego de lo ocurrido en la AMIA, después del triple crimen de General Rodríguez, tras lo ocurrido con el caso Candela, ¿no aprendieron los colegas que las fuentes judiciales-policiales no son confiables?
El periodismo muere cuando ocurren estas cosas, pierde la credibilidad de la sociedad. ¿Cómo se vuelve de eso? Más aún, ¿vale la pena ser periodista luego de este tipo de bochornos?
La prensa argentina es decadente, no es ningún secreto. Es bien cierto que hay oportunas excepciones, pero no alcanzan para compensar la desidia y la desvergüenza.
Uno a veces quisiera abandonar la profesión, dedicarse a otra cosa. Está claro que se trata de un trabajo que a uno ya no lo identifica.
Es innecesario mencionar que uno escapó de la vorágine informativa que carecía de fundamento sobre el caso Lola; que incluso anticipó que los detenidos eran “perejiles”, no por tener evidencia concluyente sino por mero sentido común.
Esa mesura la tuvieron también otros colegas, pocos e insuficientes. Los demás olvidaron la gran máxima de Gabriel García Márquez, el más grande periodista: “La ética debe acompañar siempre al periodismo, como el zumbido al moscardón”.
No es poco.