La historia es impactante, pero la trama que encierra a su vez es todavía más impresionante. Un fiscal especial —Alberto Nisman— pidió la indagatoria de Cristina Kirchner por “negociar y organizar la impunidad de los prófugos iraníes en la causa AMIA con el propósito de fabricar la inocencia de Irán”.
No es moco de pavo, es cierto, pero aún es más relevante lo que hay detrás del pedido del funcionario judicial. Es la primera batalla de la guerra que libran ex agentes de la Secretaría de Inteligencia contra la presidenta de la Nación.
Ello, después de que la mandataria se animara a descabezar la ex SIDE y remover de sus cargos a algunos de sus popes de mayor gravitación histórica. A partir de entonces, los espías vernáculos juraron cobrar venganza, no tanto por haber perdido su trabajo sino más bien por la manera en que esto ocurrió, humillación mediante.
El que está a la cabeza de la movida es Antonio Stiuso, ex director de Operaciones, de quien Cristina había jurado a su vez vengarse cuando se enteró, en el año 2002, que este la había mandado a seguir por las calles de Río Gallegos.
Como sea, el puntapié inicial del escándalo que hoy salpica a la presidenta de la Nación comenzó a hacerse visible ese mismo año —2002—, cuando Miguel Ángel Toma recaló en la ex SIDE y abrazó un plan que pergeñaron la CIA y el Mossad en conjunto para “encontrar” rápidamente un culpable para el atentado a la AMIA.
A partir de entonces, comenzó a perder fuerza la “pista Siria” —hasta ese momento, era una línea firme y con una veintena de evidencias— y empezó a cobrar impulso la “pista iraní”.
Fue el resultado de la puja entre dos sectores de la Secretaría de Inteligencia: la “Sala Patria” y la “Sala Independencia”. Cada una tiró a favor de sus propios intereses, y finalmente venció la presión de esta última.
Los espías tuvieron entonces una importante gravitación a la hora de impulsar la mentira. Y Stiuso, que hasta entonces venía señalando a los sirios, repentinamente comenzó a mirar hacia el horizonte de Irán. Un dato no menor: el ex director de Operaciones ostenta excelentes vínculos con la CIA y el Mossad.
En ese contexto, empezó la avanzada de Nisman en el expediente AMIA, donde la ex SIDE logró que en 2005 fuera nombrado fiscal especial para investigar esa causa específica.
Esta demostrado que Nisman, al igual que su ex mujer, siempre reportaron a la Secretaría de Inteligencia. Más aún: Sandra Arroyo Salgado, otrora esposa del “fiscal especial”, fue “colocada” como jueza federal de San Isidro gracias a las gestiones de los espías hoy removidos.
La cuestión es simple: si se observa lo que Nisman hizo hasta ahora, se verá que poco y nada ha avanzado judicialmente en la resolución del atentado. A más de 20 años aún no hay certezas de quién o quiénes están detrás del mismo.
Por el contrario, su gestión permitió que los que inventaron la acusación contra Irán y desviaron la indagación de su cauce original siguieran impunes en sus cargos públicos.
En ese marco, vale preguntar: ¿Es casual que Nisman pida la indagatoria de Cristina justo después de que esta removió a los todopoderosos de la ex SIDE? Todo parece indicar que no.
Si cupiera alguna duda, basta escuchar los audios que los propios ex agentes acercaron al “fiscal especial” con conversaciones privadas entre la presidenta, Luis D’Elía, Andrés “Cuervo” Larroque y otros impresentables.
Está claro que las charlas no son nuevas, ergo ¿por qué se dan a conocer recién ahora?
Y otros interrogantes: ¿Quiere avanzar realmente Nisman o intenta extorsionar a alguien del poder? ¿Tiene en su poder otras conversaciones? ¿De qué tenor?
Dicho sea de paso: ¿Es cierto que la ex SIDE tiene grabaciones que comprometen a César Milani en su poder, en las cuales presiona a un fiscal que lo “hostiga”?
Las preguntas son muchas y variadas, y nadie parece dispuesto a responderlas.
Colofón
Hay tres mitos en torno al atentado a la AMIA que fueron impulsados desde un principio por los servicios de inteligencia y que el paso del tiempo fue derrumbando: que se trató de una venganza de árabes contra judíos, que hubo una camioneta-bomba y que hay pruebas contra Irán en ese sentido.
Respecto del primer punto, en realidad se trató de un mensaje hacia Carlos Menem por compromisos que nunca cumplió —él mismo admitió “esto me lo hicieron a mí” en 1994—, justamente para con el entonces presidente de Siria, Haffez Al Assad.
En torno a lo segundo, nunca hubo un coche bomba: de los 200 testigos que tiene el expediente, solo una persona juró haber visto la célebre Tráfic, Nicolasa Romero. La misma testigo admitió luego que había mentido a pedido de la policía Federal.
El tercer punto es el más interesante: cuando se le pregunta a Nisman cuáles son las evidencias que involucran a Irán en el atentado a la AMIA, asegura sin dudar: “Hay documentos secretos de la CIA y el Mossad que lo prueban”. Luego, ante la repregunta, está obligado a aclarar un punto fundamental: él nunca vio esos papeles.
No obstante, sí hay elementos —una docena de ellos— que involucran a Siria en el hecho ocurrido el 18 de julio de 1994. Son datos irrefutables que fueron publicados en el libro que escribió este periodista en el año 2007 “AMIA, la gran mentira oficial” junto al colega Fernando Paolella.
Hay mucho más para mencionar, pero solo serviría para entorpecer la comprensión de esta trama para quien no está bien empapado en ella.
Es bien cierto que, si Cristina hizo algo incorrecto en su negociación con Irán, deberá dar explicaciones —al igual que en muchos otros hechos de corrupción que la salpican—, pero sepa el lector que la movida de Nisman no tiene nada que ver con buscar la verdad, sino con cobrarse una oportuna factura de sus propios “mandantes”.
Entre otras cosas, si al “fiscal especial” le interesara realmente llegar al esclarecimiento de la cuestión, habría aceptado en 2007 el desafío que le hizo quien escribe estas líneas para que muestre una prueba —una sola— que involucre a Irán en el atentado de marras.
¿Hace falta mencionar que Nisman jamás respondió el convite?