Esta semana hubo una marcha, otra de las tantas #NiUnaMenos que buscó alertar sobre la violencia hacia las mujeres. Aclaro que apoyo el reclamo y fui uno de los que se manifestaron a efectos de terminar con esta locura asesina.
Sin embargo, como ya escribí oportunamente, este tipo de medidas no sirven para nada. Quien crea lo contrario, solo debe observar que, en lugar de disminuir, los casos de femicidios se han incrementado desde el preciso momento que se empezó a marchar con los coloridos cartelitos alusivos.
Aunque suene incómodo, el problema no es la violencia "contra las mujeres" sino la violencia "en general". Y no se resuelve caminando con pancartas por la calle, sino instruyendo a la ciudadanía sobre esta problemática.
¿Por qué una persona violenta dejará de serlo solo porque ve a un montón de gente caminando con carteles que rezan #NiUnaMenos? No tiene el menor sentido.
Hay que trabajar con eficacia y tenacidad, principalmente enfocados en los ciudadanos más pequeños. Hay que abordar el problema a partir de primer grado de la primaria e insistir a lo largo de los siguientes años.
Ciertamente, es complicado que una persona adulta entienda algo que no supieron explicarle en sus años de formación.
A su vez, hay que disminuir los niveles de violencia que se vive en los diversos estratos sociales y en los diversos ámbitos. No solo se trata de la violencia física, sino también la verbal y gestual.
Los países que lograron avances respecto de la disminución de los femicidios lo hicieron sobre la base de esos cambios, siempre integrales. Andorra e Islandia, por caso, son dos de las cinco naciones que ostentan una envidiable "tasa cero" en femicidios.
Por eso, para avanzar en nuestro país, hay que enfocarse allí; analizar esos "casos testigo".
Hasta que ello no ocurra, seguirán las infructuosas marchas y las proclamas vacías. El problema está en otro lado y es parte del sistema cultural arcaico y violento que prevalece hasta el día de hoy en Argentina.