Pocas cosas existen más nobles que la pulsión de escribir un libro. Es una suerte de “entrega” de alguien que quiere trasladar sus conocimientos sobre un tópico específico hacia aquellos que gustan de ese formato a la hora de adquirir conocimiento.
El trabajo que conlleva escribir un libro es superlativo. Amerita hurgar en un tema determinado y nutrirse de un marco teórico lo más completo posible.
Luego, hay que armarse de paciencia para recorrer los lugares más impensados, y gastar horas y más horas de nuestro tiempo en entrevistas que, en general, no nos conducirán a nada. Todo ello luego debe ser ordenado y escrito de manera tal que sea legible para quienes serán los lectores de nuestra obra.
En el medio, aparece una de las labores más complejas: conseguir que una editorial se interese en nuestro trabajo. Una tarea titánica.
Cada día, una veintena de proyectos son rechazados por las firmas más importantes del país, entre las cuales se destacan Planeta, Sudamericana, Galerna y Penguin Random House, entre otras.
Siempre hay una alternativa: la de las editoriales pagas, donde uno puede publicar sus libros a cambio de abonar los onerosos costos de impresión.
Sepan que es la peor de las ideas, porque luego es imposible distribuirlos y, consecuentemente, venderlos. Pocos saben que las librerías solo aceptan títulos de grandes editoriales, en la lógica de un mercado sobresaturado de obras de diversa índole.
Suponiendo que se llegue a interesar a una de las firmas referidas, allí aparece el segundo “problema”: el autor gana menos del 10% del valor del libro que él mismo ha escrito. El resto se reparte entre la editorial, las librerías y las distribuidoras… que, dicho sea de paso, en muchos casos pertenecen a la propia editorial.
O sea… uno, que es el que pone toda la “carne” al asador para que el libro logre ver la luz, que investiga y escribe durante meses sobre la base del ensayo y el error, es el eslabón más débil de la cadena.
Ello sin mencionar que las editoriales suelen mentir respecto de la cantidad de libros vendidos y nos curran a la hora de liquidarnos nuestras magras regalías.
Es algo que saben todos los autores pero que callan para no quedar fuera del mercado. En lo personal, he pagado un alto precio por denunciarlo en su momento.
En ese contexto, queda una última posibilidad por mencionar: publicar nuestro libro en versión digital. Si bien es una tendencia que avanza con dificultad —la sociedad sigue prefiriendo el papel—, cada año crece el número de personas que consume ese tipo de formato.
En lo personal, suelo publicar mis libros en Bajalibros y Amazon, aparte de la clásica versión en papel. Al principio, las ventas eran magras, pero de a poco se empieza a notar el crecimiento en la comercialización.
Si la curva sigue en la misma tendencia, en unos años se va a vender la misma cantidad de libros en papel que en versión digital. Es un dato promisorio, porque les quitará a las grandes editoriales el gran poder que hoy muestran, siempre discrecional.
Finalmente, haré mi propia digresión al respecto: si bien en un principio me costó el cambio, hoy en día prefiero los libros en formato digital que en papel, ya que puedo elegir el tamaño de la letra más cómodo para mi gusto y a su vez me permite buscar palabras claves en él.
Ni hablar del hecho de que puedo llevar más de 50 libros en mi liviano e-reader, indispensable en algunos de mis interminables viajes.
Como sea, está claro que, aparte de leer, seguiré escribiendo más libros de investigación, tanto en papel como en formato digital. Espero que, como hasta ahora, me sigan acompañando como fieles lectores.