“Cristina Kirchner mandó a matar a Fabián Gutiérrez”. Esa parece ser la frase que todos quieren que diga.
Como si mi sola palabra fuera un dogma de fe y determinara lo que ocurrió con el malogrado exsecretario de la hoy vicepresidenta. Como si yo fuera una suerte de juez o fiscal. Nada más alejado de la realidad. Soy apenas un periodista.
Como sea, el pecado que cometí, y que me hizo destinatario de cientos y cientos de mensajes insultándome, fue publicar este sábado que la investigación por la muerte de Gutiérrez no tiene ningún elemento que vincule ese hecho con la política. Menos aún con Cristina Kirchner.
¿Eso me transforma en un “vendido” o “ensobrado”, como me decían hasta hace un rato en Twitter? ¿Por trabajar con responsabilidad y ceñido a los hechos comprobables, como corresponde a todo hombre de prensa?
Ni siquiera he descartado la eventual participación de la vicepresidenta en el hecho, solo dije que todavía no hay elementos para afirmarlo. Recordaré textual lo escrito ayer nomás:
“Todas las miradas en tal sentido apuntan a un solo lugar: Cristina Kirchner. Sin embargo, no hay nada que relacione a la hoy vicepresidenta con el hecho en cuestión. ¿Podrían aparecer elementos que la comprometieran en el futuro mediato? Tranquilamente —y no sorprendería—, pero por ahora debe primar la mesura. Sobre todo por parte de la prensa”.
¿No queda claro lo que estoy diciendo? ¿Acaso hace falta un traductor de mis propias palabras para que se entienda?
El problema es que hay colegas irresponsables —algunos trabajan en grandes medios, otros tienen insustanciales blogs— que han publicado barbaridades insostenibles en las últimas horas. Sin un solo elemento de prueba de sus dichos. Ni siquiera un indicio. Solo porque se les cantó.
Son periodistas que tienen la suerte de nunca haber tenido que enfrentar un solo juicio penal o civil por las cosas que publican. Por eso trabajan como trabajan, sobre la base de rumores.
En mi caso, ello es diferente: soy el periodista más querellado del país, con más de 40 juicios. Todos ellos ganados por mí, dicho sea de paso.
Sepan que, cuando debo enfrentar a la Justicia por mis notas periodísticas, no alcanza con decir: “Me pareció a mí que esto era así”. No. Debo presentar las pruebas de mis dichos. De cada uno de ellos.
Así funciona el periodismo y así lo dicen todos los manuales de prensa. Todo lo demás jamás puede llamarse periodismo. Es chusmerío barato, sin sustento.
A todos aquellos que me piden que acuse a Cristina de haber mandado a matar a Gutiérrez les he pedido lo mismo: que me faciliten la evidencia de esos dichos. Ninguno volvió a escribirme luego de mi solicitud.
Porque, cuando me toque estar frente al tribunal que me juzgue por decir semejante burrada, necesitaré esas pruebas. Y no estarán.
Más aún: estaré yo solito con mi soledad, como me ocurre siempre. Porque las fuentes de información son muy valientes desde el anonimato para denunciar tal o cual conspiración, pero luego nunca se hacen cargo de nada. Y uno está solo, como un boxeador en la esquina de un abismal cuadrilátero, donde le sacan hasta el banquito.
Me ocurrió en 2005, cuando Aníbal Fernández me hizo el primero de dos juicios penales por calumnias e injurias por decir que era narcotraficante. Ninguna de mis fuentes —más de 10 informantes— se animó a testimoniar a mi favor. Solo me salvó la evidencia colectada por mi cuenta.
Y ni siquiera: porque en primera instancia me condenó Norberto Oyarbide, al considerar que nada de lo que había presentado a mi favor se podía considerar “prueba”, aun cuando había confesiones grabadas y todo. Luego fui absuelto, en segunda instancia, por la Cámara Federal.
Es uno de los tantos ejemplos que podría dar, porque, como dije, he enfrentado varias decenas de procesos penales y civiles.
Dicho esto, me gustaría destacar otra cuestión: el “principio de inocencia”, garantizado para todos los ciudadanos argentinos, incluida Cristina Kirchner. Aunque no nos guste.
Ella es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Y a quien no le guste deberá lidiar con el artículo 18 de la Constitución Nacional.
¿Me vuelve kirchnerista decir esto? Para nada, es solo sentido común. Mis señalamientos contra Cristina siguen intactos y mis denuncias judiciales también. La sigo considerando una ladrona, que se robó hasta el agua de los floreros y que hasta usurpó un título de abogada. Pero una cosa no quita la otra.
Finalmente, quiero refutar algo que siguen sosteniendo algunos colegas —¿De manera interesada?— hasta ahora: Gutiérrez no estaba en ningún programa de protección a testigos.
No solo nunca integró ese beneficio, sino que ninguna autoridad judicial solicitó al Poder Ejecutivo que se le brindara resguardo.
Y a quienes dicen que el Estado Nacional tendría que haberle “impuesto” incorporarse a dicho Programa, les aconsejo leer el artículo 2º de la Ley 25.764: “Las medidas de protección serán dispuestas, de oficio o a petición del fiscal, por el juez o tribunal a cargo de la causa en que se recibiera la declaración que justificara tal temperamento”.
Ergo, quien debió ofrecerle protección a Gutiérrez es Claudio Bonadio, luego de aceptarlo como testigo arrepentido. En su defecto, debería haber sido el fiscal Carlos Stornelli el que avanzara en ese sentido.
Vuelvo a preguntarme: ¿Qué intereses se esconden detrás de quienes insisten en sostener fake news respecto de lo ocurrido con Gutiérrez? Me es imposible creer que es solo cuestión de falta de chequeo de información. Sobre todo por parte de los grandes medios.
¿Hay algún negocio o interés político que se nos está escapando? ¿Han sucumbido finalmente los colegas de Clarín en los vicios de Página/12, pero a la inversa?
Uno no quiere ser malpensado, pero, al final tenía razón el gran maestro de periodistas Ryszard Kapuscinski: “Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”.
© Tribuna de Periodistas, todos los derechos reservados