Luego de meses de mutismo, Cristina Kirchner habló desde Chaco, donde recibió un oportuno doctorado honoris causa, acaso para suplir su falta de diploma de abogada.
Desde el terruño de Jorge Capitanich —quien sueña puerilmente con ser el bendecido de la vicepresidenta para competir en 2023 dentro del Frente de Todos— Cristina intentó bajar los decibeles de su pelea intestina contra Alberto Fernández.
Trató, pero nadie le creyó, porque sus palabras sonaron poco sinceras —de hecho, jamás mencionó al presidente de la Nación en su larga diatriba— y, poco después de poner paños fríos, siguió esmerilándolo.
Públicamente le espetó algo brutal: “Hay trabajadores en relación de dependencia pobres, esto nunca había pasado en Argentina”. Una frase que ni siquiera se atrevió a pronunciar cuando su archienemigo Mauricio Macri era jefe de Estado.
No fue todo: la vicepresidenta aseguró que esta situación “por una política de salarios bajos”. Durísimo golpe, no solo contra el presidente, sino también —sobre todo— contra Martín Guzmán.
Para tranquilidad de Alberto, Cristina también se la agarró con la Corte Suprema, la oposición y los medios de comunicación. Mal de muchos, consuelo de tontos.
Es bien cierto que la otrora presidenta tiene entre ceja y ceja al ministro de Economía, a quien sueña bien lejos del Poder Ejecutivo. Pero, ¿qué ocurriría si eventualmente Alberto lo eyectara del gobierno? ¿Se conformaría la vicepresidenta o iría más allá, buscando que el mandatario también dé un paso al costado?
Tal vez ese sea el porqué del sostenimiento de Guzmán por parte del jefe de Estado. Autopreservación a lo Bertolt Brecht (primero vinieron por Guzmán…).
No casualmente, Andrés “Cuervo” Larroque, alter ego de Máximo y Cristina, le recordó a Alberto que “el gobierno es nuestro”. A buen entendedor, pocas palabras.
En otro orden de cosas, ha generado fuerte repercusión la revelación de Tribuna de Periodistas de que una joven fue abusada dentro de la TV Pública por un hombre llamado Ricardo Guilarte, quien trabaja en el área de “Facilidades”, dependiente de la Gerencia de Producción.
“La agarró, le manoseó las tetas, le pellizcó los pezones y le dijo: ‘dale, que vos sos salteña, a vos te gusta, negrita’. La chica, llorando, logró zafarse y fue a denunciarlo a su gerenta, también a Recursos Humanos y a la Dirección de Género y Diversidades”, relató a este portal una fuente que fue testigo de lo ocurrido.
Más sintomático que el silencio de los capitostes de la TV Pública ante lo ocurrido, ha sido el hecho de que a Guilarte le hayan “regalado” una licencia con goce de sueldo para intentar desactivar el escándalo.
Amén de la responsabilidad institucional que le cabe a la titular de RTA, Rosario Lufrano, la apuntada dentro del canal como encargada de este tipo de situaciones —al menos en los papeles— es la directora de Género del canal, Susana Sanz, a quien acusan ahora mismo de encubrir el abuso en cuestión.
Se trata de una sanrafaelina que a principios de los años sesenta vivió y estudió Derecho en La Plata. Allí se casó con un estudiante de ingeniería civil mendocino de apellido Llorente, con quien tuvo a su hija, Bernarda Llorente, hoy presidenta de la Agencia Télam.
A su vez, Sanz es suegra del ministro de Defensa Jorge Taiana. Todo cierra.
No obstante lo dicho, la que maneja los hilos del área de Género de la TV Pública en los hechos es Mariela Santarelli, mano derecha de Lufrano y exagente de la SIDE, respecto de cuyas trapisondas este portal ha publicado varias notas.
En fin, como puede verse, la trama es más espesa de lo que puede parecer a primera vista (¿continuará?).