Hace diez años, Néstor Kirchner llegaba al poder con apenas el 22% de los votos de los argentinos. La mayor parte de la ciudadanía desconfiaba de él, no solo porque provenía de una provincia tan lejana como misteriosa, como es Santa Cruz, sino también porque venía apadrinado por el siempre sospechado Eduardo Duhalde. Un dato curioso: coincidentemente, Tribuna de Periodistas nació el mismo año: 2003.
Muchas cosas pueden decirse sobre el hoy fallecido ex Presidente, la mayoría negativas; sin embargo, debe reconocerse la lucha en favor de los derechos humanos y el hecho de haber logrado reinstalar el debate sobre la política en la Argentina, luego de dos hechos trágicos de las últimas décadas: el paso destructor del menemismo y el destructor estallido aliancista, con explosión económica incluida.
Ese gran acierto fue prontamente opacado por la manipulación de los jóvenes en favor de un proyecto que, enmascarado en un supuesto progresismo, ha redefinido la corrupción del poder. Capitalismo de amigos, retornos, coimas, corrupción estructural, sobreprecios en la obra pública, narcotráfico. Casi no ha habido escándalo en lo que no apareciera involucrado el kirchnerismo en estos nueve años.
Los desaguisados que Néstor y su esposa Cristina llevaron a cabo se cuentan de a docenas: Skanska, Southern Winds, Indec, Inadi, Schoklender, TBA, valijas de Antonini Wilson, triple crimen de General Rodríguez, mafia de los remedios, sospechados aportes de campaña, Boudou-gate, Ciccone-gate, Venezuela-gate, etc. La matriz de corrupción oficial se hizo carne en la figura de una veintena de funcionarios cercanos a los Kirchner, como Ricardo Jaime, Héctor Capaccioli, Claudio Uberti, Ricardo Echegaray, Julio De Vido y muchos otros.
Lo paradójico es que el propio Néstor Kirchner, a poco de asumir, aseguró que no permitiría ningún hecho delictivo. Juró en esos días que el primer funcionario que apareciera mencionado en algún escándalo, sería inmediatamente eyectado del poder.
Poco después, dos ministros debieron dejar sus cargos, pero no por estar vinculados a la corrupción, sino por denunciarla. Uno de ellos fue Horacio Rosatti, quien señaló que había fuertes sobreprecios en la construcción y remodelación de sedes carcelarias; el otro fue Gustavo Béliz, quien se atrevió a denunciar públicamente cómo la SIDE perseguía y espiaba a periodistas y políticos opositores. Ambos ocuparon la jefatura del Ministerio de Justicia entre 2004 y 2005.
Luego, llegó el primer gran escándalo del kirchnerismo: el caso Skanska. Se trató de la revelación de una millonaria coima que esa empresa sueca pagó a funcionarios del oficialismo para poder ser parte del entramado de la onerosa obra pública argentina. Para que no quepan dudas del delito, los propios directivos de la firma admitieron haber pagado 13 millones de dólares en concepto de pagos ilegales.
Mientras permanecía encendida la llama de ese desaguisado, se conoció un nuevo hecho delictivo: una valija dirigida a la embajada Argentina en Madrid a través de la empresa estatal Southern Winds, portaba cocaína de máxima pureza. El kirchnerismo hizo todo lo humanamente posible por apagar el escándalo, el cual rozó principalmente al entonces ministro del Interior, Aníbal Fernández.
De esa manera, los escándalos se fueron sumando uno tras otro. Al mismo tiempo, el kirchnerismo fue cooptando a la Justicia Federal para proteger a los mismos funcionarios que aparecían involucrados en diversas causas de corrupción.
Néstor y Cristina fueron superadores de la delincuencia del poder, tal y como se la conocía hasta entonces. Todos los límites existentes, se desvanecieron. Ya nadie se sorprendió si se manoteaban fondos de jubilados, subsidios públicos o hasta las arcas de empresas privadas. Floreció entonces el "capitalismo de amigos", célebre en países como Rusia.
Otro importante paso lo dio la cooptación del periodismo por parte del Gobierno. Como nunca antes en la historia argentina, se creó todo un conglomerado de medios que forzó un cerco mediático respecto a la corrupción kirchnerista e impuso un "relato" oficial por sobre los hechos fácticos. Se inventó entonces el "periodismo militante", concepto que contradice todos los manuales de comunicación social.
No interesaban ya los hechos, sino quién los llevaba a cabo. Si un Mauricio Macri aparecía en medio de un hecho de espionaje, había que destrozarlo; si se trataba de capitostes del kirchnerismo, a través del aparato de la SIDE y hasta el repudiable "Proyecto X", solo habría silencio periodístico.
Quien escribe estas líneas lo ha vivido en persona, luego de denunciar al vicepresidente Amado Boudou por enriquecimiento ilícito. Los medios oficiales no dijeron una sola palabra de la impecable presentación judicial, solo atacaron a quien la llevó adelante, a través de la injuria más increíble.
Esa misma prensa, cuando este cronista denunció a Horacio Rodríguez Larreta hizo una cobertura sobredimensionada del tema. En esa oportunidad, no había problema alguno con este mensajero.
¿Cuánto llevará reparar el daño que ha hecho este gobierno al republicanismo? ¿Qué dirán quienes apoyan tamaña corrupción cuando los Kirchner no estén ya en el poder?
En fin, llevará mucho tiempo reconstruir los cimientos de la República y se necesitará el apoyo de la sociedad toda para lograrlo. Tal vez sea un buen momento para empezar a ver cómo puede hacerse, en pleno recogimiento ciudadano respecto de la emblemática semana de Mayo.
Quizás sea la más oportuna ocasión para recordar las sabias palabras de Mariano Moreno: "Prefiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila".