Cristina Kirchner volvió a mentir, no ya frente a periodistas y referentes argentinos o funcionarios de países foráneos, sino ante alumnos de la Universidad de Georgetown. Es incómodo, hasta políticamente incorrecto señalarlo con tanta crudeza, pero es real: la Presidenta miente. Por caso, ¿quién puede sostener que en la Argentina no hay una creciente y preocupante inflación, como lo hizo Cristina?
Al insistir con afirmaciones de ese tenor y otras tales como que "con la prensa hablo muchísimo" o que cuando va a actos, le "hacen entrevistas", ¿se está mofando la Presidenta de los que la escuchan o es parte de la irrealidad en la que vive? ¿Hace falta recordarle que hay medios con los que jamás ha hablado? ¿Se olvidó acaso de que su gobierno fue el mismo que se animó a encerrar a periodistas en sendos actos oficiales, uno en Malvinas Argentinas y otro en Mendoza?
No fue acertada tampoco su defensa de la supuesta bonanza argentina a través de una frase tan poco feliz: "Los shoppings, llenos; la gente, consumiendo; la cantidad de argentinos que viaja en el exterior y me los encuentro en Nueva York, festejando el triunfo de Maravilla Martínez".
¿Qué pensarán los millones de argentinos que cobran planes asistenciales porque no pueden llegar a fin de mes? ¿Y aquellos que se encuentran bajo la línea de la pobreza e indigencia, franja cada vez más voluminosa en el espectro económico argentino?
Mal que le pese a Cristina, siquiera los que podrían viajar al exterior lo hacen hoy, y ella debería saberlo. ¿El motivo? Sencillamente porque no pueden comprar dólares.
Creer que porque ella puede hacerlo, los demás también lo hacen, es de una puerilidad pocas veces vista. Su obsesión por los billetes verdes —"Nos encantaría emitir dólares", admitió hoy— no se condice con aquellos que aún buscan las ofertas oficiales de 6 pesos por día para comer.
En concreto: ¿Cómo puede hablar de bonanza una mujer cuya fortuna creció 3.540% en solo 9 años, sin dar cuenta de cómo lo logró?
Una de las pocas verdades que pudo escucharse este miércoles por parte de Cristina fue respecto a su amistad con Hugo Chávez, a quien definió como "un presidente democrático" que pasó por "tantas elecciones".
Inmediatamente después de ese "sincericidio", la mandataria volvió a pifiarla al acusar a un alumno venezolano que le preguntó por una eventual derrota chavista: "Vos sos de la oposición, tenés todo el derecho a ser de la oposición, pero no a tergiversar los hechos", aseguró. ¿Qué necesidad tenía de decirle algo semejante? ¿Por qué no respondió la sencilla pregunta sin más?
Los desaciertos de Cristina han sido tan variados como incomprensibles. No solo sorprendió a la prensa argentina, sino también a los colegas extranjeros, quienes han mostrado sincera preocupación por los desequilibrios de su discurso.
Las falacias de la mandataria llegan a un punto en el cual hay que empezar a preguntarse si realmente cree lo que dice o simplemente apela a la mentira para escapar de la incomodidad de dar cuenta de sus actos.
En cualquiera de los dos casos, la situación es de una gravedad inusitada: si sabe que no dice la verdad, se estaría frente a una funcionaria pública que le miente a los mismos ciudadanos a los que representa; si, por el contrario, Cristina se cree sus propias mentiras, significa que no está equilibrada mentalmente.
En ambas situaciones, habría una fuerte contradicción entre sus obligaciones y sus responsabilidades como Presidenta de la Nación.
No es un dato menor, sobre todo cuando el cuadro señalado proviene de una persona que gusta "escrachar" periódicamente a sus contrincantes políticos a través de las supuestas mentiras que estos pronuncian.
Mucho podrá decir Cristina o sus funcionarios al respecto, pero la realidad es que su gobierno se sostiene sobre la base de persistentes e innegables falacias. Solo baste mencionar que no existen estadísticas de inseguridad desde 2009 y que los índices del Indec se manipulan desde hace años.
A eso puede sumarse el ocultamiento de las reservas que ostenta el BCRA y hasta la insostenible rendición de cuentas de la campaña del Frente para la Victoria, no ya de la elección de 2011 —no hay rastros de ese detalle aún— sino del lejano año 2007.
¿Qué puede argumentar una persona que persiste en tales incongruencias desde la impunidad que le da el poder? ¿Cómo pretender que Cristina responda sinceramente ante un cuerpo de alumnos que insisten en preguntar lo mismo que jamás esta respondió a los cronistas de su propio país?
La Presidenta miente, no es nuevo el dato. Lo que sí es novedoso es que cada vez lo haga con mayor frecuencia y elocuencia. Tal vez denote esta situación los síntomas de algo que hasta ahora se pudo mantener medianamente oculto pero que ya no se puede esconder bajo la alfombra del poder.
Se trata de puntuales manifestaciones que llevaron hace poco a su funcionario de mayor confianza a pedirle, no sin preocupación, que tome una oportuna y temporal licencia en su cargo. El dato a tener en cuenta no es ese, sino otro más elocuente: Cristina aún no respondió a la propuesta.
Christian Sanz
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