"El periodismo es la primera versión de la historia". Bill Kovach
Si el día de mañana Luis "el Gordo" Valor decidiera poner un diario, ¿cuántos periodistas estarían dispuestos a trabajar en él? Es una pregunta que suelo hacer cada tanto a algunos de mis colegas, para saber qué tan flexible puede ser la ética en su desempeño profesional.
Debo admitir que me sorprendo gratamente cuando veo que la respuesta de todos los consultados es negativa, de manera unánime. A fuerza de ser sinceros: ¿Quién podría trabajar para alguien que proviene del mundo del delito? ¿Cuál sería el límite moral para hacerlo?
Por suerte, el Gordo Valor no tiene ningún medio de prensa y eso me evita la desazón que significaría comprobar que existen periodistas que sí trabajarían para él. No soy ingenuo: es sencillo practicar la "moral abstracta", de la boca para afuera. En los hechos, las cosas cambian.
Para demostrarlo basta saber que algunos de los periodistas que me juraron que jamás trabajarían para Valor, se desempeñan en medios de prensa que pertenecen a mafiosos de primera línea, que nada tienen para envidiarle a este último.
Por caso, quienes trabajan para Sergio Szpolski, ¿no sienten "cosita" por estar a las órdenes de un tipo siniestro, que robó tres millones de dólares a la AMIA y que se asoció a un bribón de la talla de Matías Garfunkel? ¿Les parece correcto ser cómplice, por acción u omisión, de las operaciones de prensa que hacen sus medios: Tiempo Argentino, El Argentino, revista Veintitrés y otros?
Hay una premisa en el periodismo que asegura que "la información no nos pertenece". Esto tiene que ver con que los hechos no pueden ser manipulados: la información ciertamente es potestad de la ciudadanía. Por eso los medios son medios; es decir, intermediarios entre las personas y los hechos. ¿Cómo denominar a los colegas que no entienden este básico principio y aceptan ser parte de manipulaciones de los medios en los que trabajan? ¿Acaso siguen siendo periodistas?
Esta incómoda situación no se da solo en los medios de Szpolski, hay otros conglomerados como los que comandan en tándem Vila-Manzano, dos exponentes de cómo la mafia se aprovecha de los negocios del Estado a través de la extorsión periodística.
Quienes trabajan en medios como diario UNO, Canal 7 de Mendoza, América TV, u otros, ¿desconocen esta situación? Si así fuera —lo cual es improbable— ¿qué harían si se enteraran de que esto sucede? Posiblemente nada, seguirían en sus puestos como hasta ahora.
Y siguen los interrogantes: ¿No les molesta a quienes trabajan para medios de Raúl Moneta, como El Federal o El Guardián, que el tipo haya vaciado bancos y estafara reiteradamente a la ciudadanía? ¿Se puede tener estómago para tolerar semejante situación?
Es bien cierto que ningún empresario orina agua bendita y que pocos medios parecen mostrar total honestidad a la hora de informar. Sin embargo, entre esta criticable situación y la conducta de ciertos dueños de medios, que ya roza lo delictivo, hay un trecho enorme.
Lo digo desde un lugar subjetivo, desde ya, pero con la tranquilidad de haber rechazado trabajar en la mayoría de los medios aquí mencionados. Incluso rehusé en 2007 incorporarme al grupo Clarín, por la misma cuestión: ética y principios.
Siempre he preferido trabajar en medios más pequeños pero también más honestos. De todos ellos me fui cuando sentí que no me permitían desempeñarme con total libertad y siempre terminé recalando en Tribuna de Periodistas, único portal al que considero 100% independiente.
No es fácil el trabajo honesto, porque las tentaciones están a la orden del día y la mayoría de las pautas publicitarias que se ofrecen a los medios van acompañadas de oportuno silencio. A su vez, cotizan muy bien las operaciones de prensa, sobre todo a nivel político. Basta leer diario Página/12 —cuyos reales dueños aún se desconocen— para percatarse de ello. O C5N, del oscuro empresario Cristóbal López, quien suele caminar al filo del delito.
Todo lo antedicho explica por qué hoy la prensa sufre el descrédito que se percibe públicamente. No es solo culpa de los funcionarios políticos y los empresarios, sino también de los colegas que aceptan trabajar para estos, bordeando muchas veces lo delictivo.
Hasta que ello no cambie, podremos seguir rasgándonos las vestiduras sin tomar acción concreta en los hechos. Eso sí, el día que nos desayunemos con que “el gordo” Valor ha fundado un diario o un canal de TV, no nos sorprendamos.