Desde hace unos meses, la sociedad argentina se encuentra atrapada en una discusión que lejos está de sus necesidades reales. Es la pelea que llevan adelante el gobierno de Cristina Kirchner y el multimedios Clarín.
Es innegable que lo que se discute finalmente es, de alguna manera, el futuro de la libertad de expresión en la Argentina. Sin embargo, ¿es ello motivo suficiente para que cada día se consuman litros de tinta y horas de televisión y radio a efectos de seguir casi minuto a minuto ese enfrentamiento?
Hoy en día la sociedad aparece dividida entre los que apoyan al gobierno y los que respaldan al holding que comanda Héctor Magnetto, pero ambos bandos olvidan que hasta el año 2008 uno y otro eran socios y supieron conspirar para ocultar la cara de la peor corrupción del kirchnerismo. Las tapas de Clarín no dudaron en mentir para tapar los desaguisados oficiales, llegando al extremo de lo que se ve a continuación:
Luego, vino la imprecisa pelea, de la cual ninguno de sus actores dio cuenta jamás. ¿Por qué se rompió esa aceitada sociedad? Nadie lo sabe y tampoco nadie parece querer explicarlo.
De a poco, la ciudadanía se acostumbró a no pedir explicaciones, de la misma manera que se tornó natural hablar de la pelea Clarín-Gobierno a diario. Los problemas reales como la inseguridad, el desempleo, la inflación, y otros, fueron pasando a segundo plano ante esta novedosa cuestión.
La locura llegó a tal nivel que invadió otros medios de prensa, generando nuevas discusiones y debates, tan innecesarios como estériles. Aparecieron entonces nuevos canales de comunicación, financiados con la millonaria pauta del Estado —la cual, dicho sea de paso, escaló de $46 millones a más de mil millones de pesos en solo 9 años— a solo efecto de encubrir mediáticamente la corrupción K y atacar a los “enemigos del modelo”.
Bribones de la talla de Sergio Szpolski, Daniel Vila, Raúl Moneta, José Luis Manzano, Matías Garfunkel y otros, se encargaron del trabajo sucio. La eficiencia de su labor se vio traducida en el crecimiento de sus cuentas bancarias. El precio, a su vez, fue muy caro: una sociedad desinformada y que sostiene medios que nadie consume.
Y así persistió el tema: medios hablando de otros medios y no ocupándose de los tópicos importantes, en una escalada en la que no parece haber ni códigos ni límites.
La curiosa empresa la encabezaron diarios como Tiempo Argentino, El Argentino y Página/12, junto a revista Veintitrés y los canales oficiales de información de la talla de Télam, Radio Nacional, la TV Pública y otros. Todos, como se dijo, sostenidos por los ciudadanos de a pie a través de sus impuestos.
En esos medios se publican cada día las mentiras más feroces, con total impunidad. Referentes de la oposición y periodistas no alineados al gobierno conocen de sobra la cuestión. No hay que ir muy lejos: quienes trabajan en Tribuna de Periodistas son víctimas de esos ataques, a través de las calumnias más asombrosas.
Esa impunidad parece haber encontrado un freno en las últimas horas, luego de que el grupo Clarín decidiera iniciar una querella penal contra algunos de los periodistas de los medios K, uno de ellos el director de Tiempo Argentino, Roberto Caballero, hoy espada principal del incombustible Szpolski.
En la denuncia criminal de 35 páginas también son mencionados integrantes del ciclo 678 como Nora Veiras, Orlando Barone y Edgardo Mocca, y referentes del kirchnerismo como el jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, el titular de la Autoridad de Servicios Audiovisuales (Afsca), Martín Sabbatella y el ministro de Justicia, Julio Alak.
Protesta hoy el polémico director de Tiempo Argentino —hombre célebre por sus operaciones de prensa siempre rentadas— olvidando que todo tiene un límite. Así como se va apagando el fuego del poder K, sus mentiras van encontrando la demarcación que impone la mesura. Caballero, para quien no lo sepa, es el mismo que escribió un libro sobre el atentado a la AMIA que intentó responsabilizar por ese hecho a la policía de la provincia de Buenos Aires, una hipótesis que no existe en ningún lugar del voluminoso expediente judicial. Eso sí, la publicación de esa obra le permitió abultar su ya gruesa cuenta bancaria.
Ahora Caballero se victimiza, cuando en verdad debería agradecer que Clarín lo ha vuelto célebre por un instante. A diferencia de lo que él suele hacer, al director de Tiempo Argentino no lo han denunciado por nada falso, sino por algo real: incitar a la violencia colectiva. ¿Cómo denominar sino a la permanente campaña mediática que ha dividido a la sociedad y que él encabeza junto a otros impresentables “periodistas”? ¿En verdad cree Caballero que se atenta contra la libertad de expresión porque alguien que se siente damnificado va a la Justicia contra él?
Este domingo, Tiempo Argentino encabeza justamente su edición con esta “no noticia”, que habla de la querella iniciada por el holding comandado por Magnetto. “El grupo Clarín denunció a Roberto Caballero”, dice el principal título de tapa, destacando la figura del director de ese diario, a pesar de que está lejos de ser la más importante de la querella en ciernes.
En fin, ¿qué tan relevante es el tema como para ocupar el lugar más destacado de un diario dominical? ¿Cómo afecta lo ocurrido a la sociedad, si es que la afecta? ¿Es acaso un tema de interés público?
Como puede verse, la tendencia de la “no noticia” está en pleno auge. Los asuntos ya no se dirimen en el ámbito privado sino a través de las tapas de los diarios, poniendo de rehén a una desinteresada sociedad que sigue buscando escapar de flagelos como los ya mencionados: la inseguridad, el desempleo y hasta la inflación.
Clarín supo ser el principal impulsor de la estrategia de dirimir cuestiones privadas a través de sus propios medios. Con el tiempo, ello parece haberse vuelto en su contra.