Aquella tarde del 7 de agosto de 2008, estando de rodillas, seguramente no se imaginaban que, de hacer el negocio de sus vidas pasarían a ser brutalmente asesinados. Los tres veían una pared, recordando pasajes de sus vidas.
Damián Ferrón seguramente recordaba a Mariela, su pequeña hija, a su querido hermano y a su madre.
Leopoldo Bina, pensaba en su mujer, su querida madre y su padre, eterno compañero.
Sebastián Forza, más visceral, en aquellas mañanas cuando llegaba a Gautier. Lo esperaba su querido y entrañable amigo Mariano Foglia —mientras, como dos adolescentes, arreglaban una salida o encuentro después de su trabajo— se dirigían a la “sala de reuniones”.
Allí, sin una mueca y solo un saludo frio, los esperaba Tomas “Palito” Foglia, frio impenetrable, los preparaba para que fueran los mejores, los arengaba, su “tropa” debía ser la mejor. Tenían que ser los mejores, los “número uno”. Así como el amo prepara a su perro de pelea. Esa fue la formación de Sebastián: debía ser el mejor. Foglia lo logró. Lástima que él tomó el camino equivocado.
De rodillas, con los precintos cortándoles las manos detrás de sus espaldas. Se acercaba el triste final. A quien ejecutarían primero sería Damián Ferrón.
Él y Bina habían hecho enfurecer a sus captores, se habían resistido a entrar a aquella habitación, donde su intuición les decía que algo malo pasaría. Pagaron cara su resistencia.
Ambos habían sufrido las consecuencias, los habían golpeado brutalmente, sus cuerpos así lo evidenciaban, golpes, cortes, sus captores los habían convertido en “bolsas de huesos”.
De repente, Sebastián sintió que algo amargo entraba a su boca, era la cocaína que el verdugo le hacia tragar. Un mensaje mafioso. Le estaba demostrando que con él podía hacer lo que quisiera.
Uno de los ejecutores tomó la pistola Tanfoglio calibre 42: la orden recibida era matarlos como perros, los disparos debían hacerse por la espalda.
Caminó unos pasos: como dije antes, el primero debía ser Ferrón; Forza, debía quedar para lo último.
El ejecutor tiró desde muy cerca, dos disparos certeros que solo puede hacer un profesional. A la altura de la cabeza, el cuerpo se desplomó y pegó contra el piso, Seguramente Forza y Bina podían ver los pedazos de cerebro esparcidos sobre el piso, los cuales se escurrían con sangre por el orificio del cráneo.
El segundo ejecutor tomo la Taurus 9 mm y con precisión le pegó dos tiros por la espalda.
Bina fue quien más se resistió, eso irritó mucho a sus verdugos, por lo que uno de ellos pidió un cuchillo. Sabía que ya no tenía fuerza, por lo que tomó su oreja derecha y con su cuchillo se la rebanó por completo.
El ejecutor apuntó la Tanfoglio directamente a la nuca y su pulso perfecto disparó dos veces allí, mientras el cuerpo de Bina se desplomaba. El segundo ejecutor, con la otra pistola, disparó dos veces en el omóplato izquierdo, directo a la aorta y al pulmón.
Por unos minutos, dejaron solo a Forza, observaba a sus socios; perdió la noción de tiempo, espacio y lugar de aquella obra siniestra y macabra. Cuando el asesino volvió se puso a sus espaldas, apuntó y disparó dos veces seguidas a la nuca. No se conformó con eso, disparó cuatro veces más. Repitiendo el rito tomó la 9 mm y tiró cuatro disparos, los cuales quebraron sus costillas e ingresaron a los pulmones.
Así terminaba ese 7 de agosto, con los tres jóvenes muertos en una habitación de Quilmes.
Para los asesinos comenzaba una ardua tarea: esconder y preservar los cuerpos, diseminar pruebas falsas, activar los teléfonos en distintos lugares, viajes supuestos, quemar la camioneta de Ferrón y abandonar el auto de Forza, para despistar a los investigadores.
Hasta aquella tarde, el crimen que ocultaba las relaciones entre el narcotráfico, el poder de turno, la mafia de los medicamentos y los aportes a la campaña del año 2007, era perfecto (*).
Gabriel Brito
Seguir a @britogabrielale
(*) Todos los datos de esta nota están en el fallo que se dio a conocer en el TOC 2 en la sentencia. Puede parecer amarillista, pero es la triste realidad.