No da para más... es hora de encarar la problemática de las falsas denuncias de violencia familiar y abuso sexual con contundencia y sin temores.
En lo personal, a lo largo de una década de investigación, he conocido varias docenas de casos de padres y madres afectados por esta virtual “epidemia”. Muchos de ellos incluso los he publicado.
¿Qué lleva a una persona a denunciar a otra inventando historias que “enchastran” su honor? ¿Qué lleva a los propios progenitores a meter en las cabezas de sus hijos cuestiones que jamás ocurrieron respecto de sus exparejas?
No tiene explicación, más que la locura del padre o madre que actúa de esa manera y el acompañamiento de todo un sistema perverso que incluye a jueces, psicólogos y peritos judiciales. También, por qué no decirlo, la complicidad de algunos medios de comunicación.
El caso del colega Paulino Rodrígues, acusado por su exmujer de haber “toqueteado” a la hija de ambos, es el último de los casos conocidos... pero no es el primero.
He conocido padres que se suicidaron por la imposibilidad de afrontar la situación, otros que fueron golpeados y “escrachados” por su supuesta conducta. Incluso conocí el caso de un hombre que terminó preso y fue violado en reiteraras oportunidades, lo cual lo obligó a operarse y hoy tiene un “ano contra natura” por el daño que le hicieron en su “parte trasera”.
Luego de lo antedicho, ¿cuánto más hay que tolerar? Más aún... ¿por qué el periodismo no se anima a meterse en esta cuestión?
Los casos son siempre calcados: primero viene el falso señalamiento, luego la eyección del propio hogar, más tarde la judicialización del caso, posteriormente la separación de los propios hijos y, finalmente y allá lejos, el sobreseimiento.
El problema es que, para cuando la persona afectada termina libre de culpa y cargo, ya es tarde. El daño es elocuente e irreversible. Y a nadie le interesa aclarar que todo fue una farsa, ni siquiera a los medios. Perdón... principalmente a los medios.
Amén del daño que provocan las falsas acusaciones a quien es víctima de ellas, hay toda una afectación al sistema en sí mismo. ¿Cómo saber cuándo una denuncia es legítima y cuando es “armada”? ¿Cómo enfocar los esfuerzos en los casos reales, si la mitad de los recursos se destinan a alimentar este fraudulento sistema?
Insisto: los principales responsables son los padres que insuflan odio a sus hijos en contra de su otro progenitor, llegando incluso a crearles falsos recuerdos en sus cabezas. Luego, todo lo demás.
Hasta que no se empiece a hablar del tema, hasta que no se analicen las raíces de la problemática, no se podrá avanzar en ningún sentido positivo. Es cuestión de empezar... de una vez y por todas.