“Yo creo que a Nisman lo mataron”, me dice un colega que trabaja en un ostentoso diario mendocino. Horas antes, me había dicho la misma frase una inquieta vecina. Ambos habían leído una nota mía referida al trágico devenir del fiscal especial del caso AMIA.
¿Creo? ¿Cómo que “creo”? Esa es la palabra maldita que complica todo, la que no permite entender nada. ¿Acaso se trata de un dogma de fe? ¿Es cuestión de seguir por el sendero de las creencias? ¿Dónde quedó el trabajoso camino del pensamiento científico?
De repente, no importa lo que digan los peritajes o los estudios hechos por hombres dedicados a la ciencia, lo que importa es lo que se cree o no se cree.
“¿Vos leíste el expediente Nisman?”, le pregunto a mi colega. Antes de que pueda responderme, insisto: “¿Siquiera oteaste los estudios que se hicieron sobre su cuerpo?”. “No”, mil veces “no”. Al menos, mi amigo cronista tiene la decencia de serme sincero.
“Igualmente, es raro”, me dice. “No tenía pólvora en las manos y alteraron la escena del crimen”, me refuta. Mientras tomo algo de aire para responder, me advierte: “Aparte, (Sergio) Berni fue al lugar del hecho para limpiar todo”.
¿Cómo explicarle a mi colega que es casi una leyenda urbana que Nisman no tenía pólvora en sus manos (a fojas 2446 del expediente se refuta esa pretensión)? ¿Qué decirle respecto de que Salcedo, el perito de parte de Sandra Arroyo Salgado, admitió que no se alteró el lugar donde apareció muerto el otrora fiscal especial?
Más complicado aún es explicarle que, si Nisman murió entre la noche del sábado y la mañana del domingo, no tiene sentido que Berni haya llegado a última hora de ese día. Ni hablar del hecho de que se trata de un personaje recontra conocido. ¿No hubiera sido más conveniente enviar a alguien más en todo caso, que no fuera tan “célebre”?
Y en tren de preguntas: si alguien quería matar al fiscal, ¿no era más sencillo hacerlo cuando estaba de paseo por Europa, sin custodia ni nada?
El “asesinato” de Nisman es la noticia deseada, como suele decir Miguel Wiñazki, es lo que todos querríamos confirmar. Que Cristina Kirchner —una de las personas a las que más detesto— lo mandó a liquidar por la denuncia que este impulsó contra ella. Una denuncia que, dicho sea de paso, no tenía mayor sustento, de acuerdo a la opinión de los juristas más importantes del país. Ninguno de ellos es kirchnerista.
Escribo estas palabras luego de haber sido duramente injuriado por poner en duda la “noticia deseada” del homicidio de Nisman. Me han tratado de “mercenario”, “sorete”, “hijo de p…”, etc. Incluso me han acusado de haber “cobrado sobres” por parte del kirchnerismo para decir lo que digo.
¿Se puede ser tan imbécil? ¿Quiere decir que debo decir lo que los demás quieren en lugar de lo que me consta? ¿Es eso periodismo?
Pueden estar de acuerdo conmigo o no, pero sigo siendo el mismo periodista que escribió un millón de notas de denuncia contra los K y que hizo incluso presentaciones judiciales contra estos. Una cosa nada tiene que ver con la otra.
Si a alguien le consta que yo cobro algún sobre, le pido que me diga dónde buscarlo, ya que debo varios meses de alquiler e incluso de expensas. Sepan que nunca logro llegar a fin de mes, algo que sabe mi familia y mis pocos amigos (que suelen ayudarme). Lo digo con humor, pero es totalmente cierto.
Ciertamente, no me interesa ningún sobre, soy de los pocos que suelen devolver incluso los regalos que le llegan durante el día del periodista. Por una cuestión ética, ni más ni menos.
Amo el periodismo, con todo mi corazón. He escrito 9 libros de investigación y cientos de miles de notas ad hoc. Siempre con pasión y honestidad.
Insisto, pueden estar de acuerdo conmigo o no, está todo bien. Pero sepan que lo que hago es 100% honesto. Jamás ha sido diferente y jamás lo será. He dicho.