El caso es simple y sencillo: un policía disparó por la espalda, y en tres oportunidades, a un malviviente. No hay atenuantes, por más malo que haya sido el delincuente.
El caso de Luis Oscar Chocobar ha generado en las últimas horas una nueva grieta, que puede verse reflejada en las redes sociales. Allí, algunos tildan al policía de “héroe” y otros de “asesino”, sin término medio.
Y en ese contexto, donde las pasiones suplantan a la necesaria razón, Mauricio Macri decidió meter la cuchara, a través del respaldo personal al uniformado, al que incluso avaló públicamente.
"Estoy orgulloso de que haya un policía como vos al servicio de los ciudadanos. Hiciste lo que hay que hacer”, le dijo el presidente de la Nación a Chocobar, en un mensaje que se multiplicó por cientos de miles en las redes sociales.
Allí surge inevitable una pregunta incómoda: ¿Hizo realmente lo que había que hacer el agente de la ley?
Según el juez Enrique Velázquez, no. Por lo pronto lo procesó por “homicidio con exceso en la legítima defensa”, una calificación inentendible teniendo en cuenta el video que circuló por doquier.
¿En qué momento y de qué se defendió el uniformado, si solo se observa al malviviente corriendo de la escena del delito?
Muchos dirán —y muchos dicen, de hecho— que el delincuente se merecía morir por haber asaltado y acuchillado a un turista, pero no es así cómo funcionan las cosas.
Existe un Código Penal y también puntuales normas que deben seguir aquellos que visten el uniforme de la Policía. Puede gustarnos o no, pero todavía somos una República y ello es gracias al apego a las normas.
¿O acaso no maldecimos toda vez que alguien se desentiende de las reglas de convivencia ciudadanas? ¿En qué quedamos?
Por más que nos moleste el accionar de los criminales, por más peligrosos que sean, la obligación siempre será la de actuar sobre la base de lo que dicen las normas en vigencia.
Y lo digo a sabiendas de que soy una de las personas a las que más sulfura el accionar de los “amigos de lo ajeno”.
Es que entiendo que, si nos comportamos de manera primitiva, nos rebajaremos al nivel de aquel que delinque. Y ello no es correcto.
La situación la graficó alguna vez y de manera brillante Jorge Luis Borges, en medio de una entrevista que le hicieron en Roma.
Un periodista intentó provocar al genial escritor con una incisiva pregunta: "¿En su país todavía hay caníbales?".
Con el aplomo que lo caracterizaba, Borges respondió: "Ya no, nos los comimos a todos".
Ergo, no nos comamos al caníbal. No nos convirtamos en lo mismo que queremos combatir.