Esta semana, la sociedad se estremeció por las denuncias de una médica que denunció puntuales abusos de menores en el marco del club River Plate. Los señalamientos se conocieron en medio de la investigación judicial que involucra como víctimas a futbolistas de las inferiores de Independiente por una situación casi calcada.
Inmediatamente, la máquina judicial se puso a investigar a los presuntos responsables y los medios de comunicación se alinearon en pos de dar difusión a las graves acusaciones hechas por la mujer. A nadie se le ocurrió cuestionarla, ni pensar que había una “operación” en su accionar. Es lo lógico y esperable.
Sin embargo, dos días antes ocurrió una situación similar —aunque mucho más elocuente— que fue manejada de manera totalmente opuesta por los mismos actores: fue después de que la “mediática” Natacha Jaitt acusara a un grupo de periodistas, políticos y figuras de los medios de prensa de estar vinculados a una red de pedofilia. No lo hizo a través de eufemismos, sino aportando sus nombres y apellidos.
A partir de entonces sucedió algo insólito: en lugar de investigar si sus dichos eran ciertos o no, todos salieron en tropel a destrozar a la propia Jaitt. Lo hicieron de tal manera, tan sincronizados y encolerizados, que la sobreactuación operó como un búmeran y los expuso frente a una incómoda realidad.
Por caso, no he escuchado a ninguno de los acusados decir hasta ahora una simple oración: “Soy inocente”. ¿No es lo más lógico acaso? ¿No es lo que se esperaría en casos de tal tenor?
A coro, demasiado sincronizados para mi gusto, puntuales periodistas —principalmente del Grupo América— empezaron a esgrimir el tan mentado latiguillo de la “operación política”. Eso sí, nadie contó quién la habría montado ni por qué lo habría hecho.
¿Una venganza del espionaje vernáculo? ¿De la política, acaso? ¿Para qué involucrar entonces a personajes irrelevantes como el ex GH Brian Lanzelotta? Nadie responde. Nadie sabe nada, todos parecen moverse a tientas, como náufragos dando inútiles manotazos de ahogado.
No casualmente me tomé varios días para escribir esta columna: es porque estaba esperando que alguno de los involucrados dijera: “Me pongo a disposición de los jueces para que me investiguen”. Nadie lo hizo.
Dicho sea de paso, ¿la justicia dónde está? Ante una de las acusaciones más graves de las últimas décadas, magistrados y fiscales parecen ocupados en otros menesteres. ¿Tendrán la misma reacción de modorra cuando les toque investigar a la propia Jaitt? ¿O allí sí actuarán con la celeridad que amerita la cuestión?
Lo que pasa en estas horas es vergonzoso, más allá incluso de que la acusación de la mujer pueda ser real o falsa. El corporativismo con el que se han movido ciertos periodistas es vomitiva. En lugar de decir lo que se esperaba de ellos, han atizado el fuego, amenazando a diestra y siniestra con cartas documento y otras “hogueras” del Siglo 21.
Más que propender a la justicia, parecen buscar amedrentar a aquellos que están —estamos— interesados en profundizar los datos arrojados por Jaitt. Lo han logrado en los hechos, porque nadie ha vuelto a llamar a la mujer, siquiera para saludarla.
Una digresión, en este enrevesado contexto… ¿Qué pasa si lo que se denunció es cierto? ¿Cómo sigue la cosa? ¿Cómo van a mirarnos a los ojos los que sobreactuaron su enojo?
Confieso que jamás en mi vida vi en persona a Jaitt, aunque tengo con ella una muy buena relación en la lejanía de las redes sociales. No obstante, no voy a defenderla ni mucho menos. No quiero hacerlo, ni ella lo necesita.
Sí diré algo a su favor que he aprendido al paso de los años, luego de haber comprobado que todas las cosas que me ha contado en reserva eran ciertas en un 100%: Jaitt nunca miente.
En ese punto suelo compararla con Zulema Yoma: puede gustarnos o no como persona, pero siempre dice la verdad. Puede equivocarse, como todos, pero jamás será de mala fe.
Dos cosas, finalmente, que me quedaron en el tintero: primero, destacar el trabajo de Nicolás Wiñazki, que en lugar de opinar por opinar está investigando y trabajando con total mesura y reserva. Es lo que se espera del periodismo.
Ayer nomás, el colega dijo algo que inquietó a propios y ajenos al hablar de “la red más importante de pedofilia”: reveló que allí había efectivamente “periodistas, deportistas, artistas y celebridades, todos involucrados”.
Y añadió: “Algunos todavía no están imputados en el expediente, pero hay famosos mencionados por chicos, alguno que mandó su abogado para ver el expediente y no se lo dejaron ver”. Prestar atención a este particular punto.
La segunda cuestión que quiero referir tiene que ver con el colega Juan Cruz Sanz, —a quien, aclaro, no me une parentesco alguno— acusado injustamente solo por portar en sus redes sociales alguna foto con el impresentable —hoy detenido— Leo Cohen Arazi. Doy fe de su hombría de bien.
Dicho esto, solo me resta recordar que en apenas 24 horas en la causa de los abusos en River Plate ya allanaron hasta el club. Entretanto, Jaitt aún no fue citada por la fiscal que investiga los abusos en Independiente para que confirme —y aporte más datos sobre— sus dichos. ¿Es que a nadie le interesan las víctimas?
Como bien diría William Shakespeare, "algo huele a podrido en Argentina".