El periodismo vive en estas horas uno de los momentos más vergonzosos que le ha tocado en suerte en las últimas décadas. Refiere la cuestión al derrotero que trasunta Daniel Santoro, luego de quedar “enchastrado” en el lodo de los señalamientos del abogado “trucho” Marcelo D’Alessio.
El periodista estrella de diario Clarín asegura que fue engañado en su buena fe (ver video al pie), que se dejó llevar por los comentarios de una fuente de información, como podría ocurrirle a cualquier colega.
Pero eso no es cierto. Tal vez quien no sea periodista podría creerlo puerilmente, pero los que ejercemos este oficio sabemos que ello no es real.
Ningún periodista hace gala públicamente de sus informantes, y menos aún los presenta a destajo a ministros, secretarios, jueces y fiscales. Es lo que hizo Santoro con D’Alessio: lo impuso a diestra y siniestra, por doquier. Incluso lo convirtió en columnista estrella de diario Clarín y en panelista destacado de Animales Sueltos. ¿Cómo se vuelve de ello?
No hay explicación posible que logre justificar lo que hizo el periodista, más aún si se tiene en cuenta que él mismo asegura tener cientos de fuentes de información. ¿Por qué a ninguna de ellas las llevó jamás a ningún programa de TV ni les presentó funcionario alguno?
La verdad es un poco más compleja, sobre todo cuando proviene de Santoro, quien ya ha demostrado sus dotes de operador periodístico. Ya lo refrendó en la causa AMIA —junto a Fernando Paolella nos cansamos de remarcarle sus errores a la hora de hablar sobre ese atentado—, también en el expediente Nisman, y ni hablar del invento de las cuentas en el exterior de Máximo Kirchner y Nilda Garré. Dicho sea de paso: ¿Para cuándo las disculpas?
Respecto del D’Alessio-gate, Santoro aún debe explicar por qué el abogado “trucho” ostentaba en su caja fuerte carpetas con información de sus propios compañeros de Animales Sueltos. Nadie más podía haberle dado la data en cuestión. Solo él.
Y hablando de coincidencias imposibles, D'Alessio solía amenazar a quienes extorsionaba diciéndoles que si no le pagaban iban a aparecer escrachados por Santoro en Clarín. Ello luego sucedía en los hechos. El caso de Marcelo Porcaro es solo una muestra de ello.
Una digresión al paso: soy de los que creen que la denuncia contra el fiscal Carlos Stornelli es una operación del kirchnerismo, pero una cosa no quita la otra.
El propio Alejandro Fantino se despegó de Santoro a través de una dura columna editorial, donde terminó de incinerarlo. Fue horas después de haberle pedido que desocupara su silla en el piso de América TV.
Sin embargo, a pesar de todo lo dicho —y lo omitido, porque uno tiene decoro—, puntuales periodistas insisten en apoyar al periodista (eso sí, ninguno de sus excompañeros lo bancó, obviamente). Es lógico: este oficio es uno de los más corporativos del mundo —como excusa todos dicen una frase que se pasa de imbécil: no hay que hacer “periodismo de periodistas”—, cualidad directamente proporcional a la hipocresía.
Se entiende perfectamente el apoyo a Santoro: no vaya a ser que a la vuelta de la esquina el reflejo de cualquier incómodo espejo termine mostrando las mismas miserias en esos mismos periodistas. Cola de paja, que le dicen.