"A Repsol no le daremos ni un centavo", sostuvo Axel Kicillof en abril de 2012, a pocas horas de haberse decidido la expropiación de la mayoría de las acciones de la firma YPF.
En esos días, el exministro de Economía del kirchnerismo estaba un escalón más abajo en el palacio de Hacienda y sus declaraciones eran aplaudidas a rabiar por Cristina Fernández y sus adláteres.
La entonces presidenta se mostraba entonces obnubilada por los conceptos de Kicillof, siempre enmarcados en un discurso elocuente y plagado de datos teóricos. Lo que no imaginaba la jefa de Estado es que la teoría era solo eso: teoría. La práctica suele ser otra cosa diferente.
El rigor del paso del tiempo echó por tierra la mayoría de los dogmas del extitular de Economía, a fuerza de cruel realismo. Paradójicamente, a partir de ese momento su ausencia mediática se volvió más y más visible.
El renacimiento de Kicillof llegó mucho después, merced a puntuales "jugadas de ajedrez" que llevó adelante Cristina. Eso sí, bajo la supervisión de su otrora jefe Jorge Capitanich.
En ese contexto, el camporista debió recalcular sus pasos y ceder en la negociación que se inició posteriormente ante Repsol, un año y medio después. El mensaje fue claro: debió amoldarse a la racionalidad impuesta por las circunstancias.
De hecho, su discurso pasó del “no pagaremos un centavo” a “es imposible no pagar porque es ilegal”.
Todo lo que vino después es harto conocido, con la consecuente frutilla del postre -que se conoció en las últimas horas- referida al revés de la Corte de EEUU contra la Argentina. Ello tal vez explique el mutismo del hoy candidato a gobernador bonaerense por el kirchnerismo.
Como sea, es muy probable que finalmente el "chiste" del kirchnerismo termine costando a la Argentina la "friolera" de 3 mil millones de dólares.
Ciertamente, una expropiación que terminó siendo algo más que un chiste de gallegos.