En un artículo de análisis hecho ayer por la mañana, inmediatamente después de que Cristina Kirchner exigiera desesperadamente la renuncia al titular del Banco Central, Martín Redrado, este periodista comentó que, más allá de que fuera removido o no, el mero pedido de apartamiento del funcionario traería fuertes coletazos financieros y una situación de incertidumbre ante los ojos de analistas internacionales.
Unas horas más tarde, se confirmaron las peores sospechas: por un lado, la bolsa cayó estrepitosamente y, por el otro, empezaron tibios y preocupados contactos de funcionarios foráneos con dos secretarios de primera línea del oficialismo a efectos de trasladar al gobierno la preocupación que hoy prima en el Departamento de Estado norteamericano.
Casi a la misma hora,
Es dable mencionar que, en el marco de la presión a Redrado, ya ha habido elocuentes movidas políticas y hasta dos presentaciones judiciales que prometen aderezar una cuota de escándalo a toda la cuestión.
Mientras tanto, el oficialismo no logra conseguir demasiadas adhesiones a su movida “anti-Redrado”, sólo los incondicionales —léase alcahuetes— de siempre se han animado a avanzar contra el titular del Central. Uno de ellos, el inefable Aníbal Fernández, ni siquiera ha logrado hacer pestañar al Golden Boy, lo cual ha generado un gran enojo dentro de Casa de Gobierno en las últimas horas.
Como colofón, cabe señalar que, lejos de lograr su cometido, el kirchnerismo ha dado a la figura de Redrado una fortaleza que antes no poseía. Por caso, la mayoría los ciudadanos no sabían siquiera que existía.
Lo cierto es que, en lugar de la popularidad que ostenta, el titular del Banco Central hoy debería estar purgando algún tipo de pena judicial por haber sido testaferro del todopoderoso Julio Grondona en negocios de toda índole.
Lejos de ello, hoy se ha convertido en una suerte de “cruzado” contra la intolerancia K.
Paradojas de un país bananero.
Christian Sanz