En el día de ayer, el ex embajador argentino en Venezuela, Eduardo Sadous, declaró ante la Cámara de Diputados y allí pudo verse la muestra más cabal de que el kirchnerismo no tiene interés alguno en esclarecer el tema de las supuestas coimas entre Buenos Aires y Caracas. Es que, en lugar de indagar acerca del meollo de la cuestión, los legisladores del Frente para la Victoria sólo aprovecharon para “chicanear” al ex diplomático e intentar ponerlo en aprietos al preguntarle por qué había demorado tantos años en hacer pública su denuncia.
Si se hubieran interiorizado mínimamente, los diputados oficialistas sabrían que Sadous sí transmitió en su momento esas quejas de manera oficial; lo hizo en el año 2005 a través de detallados cables diplomáticos que hoy forman parte de un expediente que promete ser escandaloso. Si ello no fuera suficiente, hay profusa evidencia que se encuentra refrendada en la declaración que han aportado una decena de empresarios, los cuales fueron partícipes de puntuales reuniones oficiales en donde se les “propuso” abonar un porcentaje de dinero —en concepto de “intermediación comercial”— a efectos de poder llevar adelante sus negocios con el caribeño país.
Algunos de esos hombres de negocios, hablaron con la prensa y aportaron información con lujo de detalles. No sólo lo hicieron con Tribuna de Periodistas, sino también con colegas de revista Noticias y otros medios no oficialistas.
Sin embargo, el gobierno jamás intentó un mínimo acercamiento con esos empresarios para intentar echar luz a la cuestión. La realidad indica que, desde un primer momento, hubo muestras de desinterés oficial y sólo se trabajó para ensuciar a Sadous en el marco de su propia declaración, buscando inconsistencias y contradicciones, las cuales, dicho sea de paso, jamás se pudieron encontrar.
Si realmente le interesara al kirchnerismo saber qué hay detrás de esta trama, hubiera ofrecido a la oposición el enorme aparato del Estado para trabajar en pos del esclarecimiento. Por caso, hubiera aportado la documentación de Cancillería —especialmente los cables secretos— que se enviaron y recibieron entre Caracas y Buenos Aires en el transcurso de los años 2004 al 2006.
Pero no, nunca se ofreció nada, al contrario: todo fue entorpecimiento incesante, lo cual configura un dato sintomático de conducta. En buen romance, el mero hecho de no hurgar en las filas del propio gobierno, son un indicador elocuente de que los pedidos de coima son reales.
Pero no son los únicos connotadores. La errática conducta oficial genera nuevos interrogantes que nadie aún ha sabido responder: ¿Por qué se intentó frenar la conformación de la comisión investigadora en el Congreso y por qué se amenazó a Sadous con que sería sancionado si revelaba supuestos secretos de Estado a la hora de declarar en ese mismo seno? Silencio oficial.
Y hablando de presiones, no sólo se embistió contra el ex diplomático: pocos saben que Alberto Álvarez Trufillo, ex Agregado Comercial de la embajada argentina en Caracas, fue oportunamente “apretado” por un importante ministro del kirchnerismo, el cual intentó comprar su silencio a través de la extorsión más deleznable. ¿No es sintomático el gesto? Si la denuncia de coimas sólo existe en la mente de los periodistas —Timerman dixit—, ¿por qué se presiona a los posibles testigos de un hecho que jamás habría ocurrido?
Eso es algo que el kirchnerismo no puede explicar, ni lo hará jamás. Es la esencia natural de la metodología que configura el manual de estilo K. En su momento, en el marco del escándalo por el ingreso de las valijas de Guido Antonini Wilson ocurrió lo mismo. Se negó todo, hasta lo innegable, y el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, llegó a decir que el arrepentido empresario jamás había pisado la Casa Rosada. No pasó demasiado tiempo para que dos videos dejaran al descubierto la burda mentira y se viera al corpulento venezolano en medio de la comitiva oficial.
Tanto ahora, como en aquel entonces, se dijeron las mismas cosas y se defenestró a los denunciantes en lugar de investigar el supuesto delito que se había puesto sobre el tapete. Así como ahora se descalifica a Sadous diciendo que es un “fabulador”, oportunamente el ministro Fernández calificó a Antonini Wilson de “mequetrefe”.
Como sea, la realidad indica, al paso de los días, que los negociados con Venezuela existieron y avanzaron en imperdonable perjuicio, tanto de la sociedad argentina, como la venezolana. Siempre beneficiando a importantes funcionarios de primera y segunda línea de ambos países.
Lo más triste no es que se intente tapar el sol con un dedo, sino que se tome por idiotas a los ciudadanos con justificaciones que no se sostienen ni dos minutos. La cuestión va aún más allá: ¿no es terrible que se haya saqueado todo un país en nombre de un progresismo de café, invocado por un gobierno que se perfila a convertirse en el más corrupto de la historia argentina?
Como dice Joan Manuel Serrat, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.
Christian Sanz