Ya lo dije en alguna columna anterior: no es un chiste. El hecho de que Cristina Kirchner carezca de título de abogada es un delito contemplado en el artículo 247 del Código Penal.

Pero no es todo: también debe mensurarse la gravedad de la mentira que sostuvo la jefa de Estado durante años y años, que llevan a preguntarse: si pudo mentir en algo tan trivial, ¿por qué creerle en cuestiones de mayor relevancia cotidiana y social?

Cristina miente con convicción, con determinación y hasta aplomo. Tiene una capacidad pocas veces vista en un político. Estos son afectos a engañar, pero nadie lo hace mejor que ella.

Como dije, el tema es grave, pero no solo porque cometió la mandataria un delito penal, sino además porque usó la excusa de ser “abogada exitosa” cuando, a fines de septiembre de 2012, un alumno de Harvard le preguntó cuál era su fórmula para amasar una considerable fortuna personal.

Y ahí es cuando aparece el interrogante fatal, la duda feroz, incómoda: si no fue a través de su profesión como letrada, ¿cómo hizo Cristina para llegar a acopiar tanto dinero?

Está claro que no lo hizo como abogada, ya que, no solamente no tiene diploma, sino que además no hay un solo escrito que la hoy presidenta haya firmado como tal. Tampoco hay nadie que haya admitido que fue defendido judicialmente por ella.

Ni falta hace mencionar mi desafío —que ya lleva siete años— de ofrecer 10 mil dólares a quien muestre una foto de graduación de Cristina. No hay nada de nada, solo humo.

Y es ahí donde deviene la gravedad del asunto de la falta de título de la jefa de Estado. ¿Cómo logró entonces que su patrimonio crezca 3.540% en tan solo ocho años? Mal que les pese a muchos, es la pregunta que nadie le hace a la presidenta.

El silencio de la mayoría de los funcionarios al respecto, es sintomático. ¿Por qué no salen en legión a defender a su “jefa”, como han hecho con otros temas?

Solo existe un tibio atisbo de unos pocos blogueros K de intentar defender lo indefendible. El esfuerzo es grande, pero aún nadie ha logrado mostrar el diploma. Es lo único que interesa en este asunto.

Dicho sea de paso, hay en estas horas una curiosa operación de prensa a través de diario El Cronista Comercial, donde se intenta dar fe de que la Universidad Nacional de La Plata sí diplomó a Cristina. Sin embargo, los groseros errores cometidos en sendas notas publicadas por ese matutino, tiran abajo la pretensión.

Es tan burda la “opereta” que ni siquiera diarios como Página/12 o Tiempo Argentino se animaron a avanzar en esa dirección. Han preferido, claro, el oportuno silencio.

Ayer mismo, se comunicó conmigo el director de El Cronista intentando desmentir que fuera ese diario parte de una maniobra oficial. Sin embargo, no pudo explicar cómo es que yo sabía un día antes que esas notas serían publicadas, tal cual anticipé en las redes sociales y en dos entrevistas que me hicieron sendas radios de Buenos Aires.

Desconocía el medio dónde saldrían las notas, pero sí sabía que sería un diario económico, de acuerdo a dichos de una fuente de primera línea de Casa de Gobierno.

Como sea, la discusión se ha puesto interesante y hasta risueña, pero ello no alcanza. Persisto en decir que, más allá de las ocurrencias que aparecen en las redes sociales al respecto, debe insistirse en pedir que Cristina diga la verdad.

Hay quienes exigen ver su diploma, pero está claro que no existe. Si así fuera, hace mucho tiempo lo habría presentado la propia presidenta y hubiera obligado a varios a pedir disculpas, principalmente a mí.

No es la primera vez que un referente político miente respecto de su propia preparación profesional. Le pasó incluso al ex presidente Alan García, quien se jactaba de ser “doctor” sin tener diploma.

La diferencia sustancial con el caso de Cristina es que, cuanto más tiempo pasa, más grave es el daño que se inflige a la sociedad. Por ello urge que, de una vez y por todas, diga la verdad.