El día no podía ser más adverso. El frío congelaba los huesos y la lluvia acompañaba en una suerte de sinfonía que invitaba a quedarse en el calor del hogar.

Dudé un momento, pero luego decidí que haría el evento de todas maneras, en honor de las pocas personas que pudieran ir a la presentación de mi libro.

Por otro lado, estaba la cuestión del orgullo… ¿cómo permitir que me censuraran y luego se salieran con la suya?

Allí estuve, estoico —al menos eso fingí— frente a la Biblioteca San Martín, en la Ciudad de Mendoza, bajo el frío insoportable y la lluvia ad hoc.

Pocos se animaron a desafiar las inclemencias del tiempo, pero allí estuvieron, escuchando lo que yo tenía para contar respecto de mi libro Trimarco SA.

Hablé de las contradicciones de Susana Trimarco, conté detalles que pocos conocen respecto de la desaparición de Marita Verón y recordé, una vez más, que fui el único periodista que leyó el expediente completo que indagó respecto de este último tópico.

Esperé que aparecieran los grupos feministas que supuestamente iban a boicotear la presentación, pero el frío pareció haberlos desactivado. O quizás no lograron la adhesión que pretendían para ir a protestar. Quién sabe.

Los allí presentes hicieron sus preguntas, y todas fueron respondidas. Entonces les mencioné algo que siempre me parece relevante: ni Trimarco ni sus abogados quisieron jamás debatir conmigo, aún cuando se les ofreció que pusieran sus propias condiciones para hacerlo.

Conté que, de haber podido hablar con la madre de Marita Verón, le hubiera preguntado por qué jamás acusó en todo el expediente a Rubén “La Chancha” Ale, a quien suele mencionar en cada entrevista que le hacen como el responsable de la desaparición de su hija.

También le hubiera pedido que me explique por qué no pidió que declare en el juicio el médico Tomás Rojas, la última persona que vio a Marita aquel 3 de abril de 2002 en que se evaporó. Dicho sea de paso, tampoco intentó encontrarse con él la propia Trimarco. ¿Cómo se entiende?

La charla fue amena y esclarecedora, y todos los presentes se fueron con sus respectivos ejemplares.

Hubo un momento surrealista: fue cuando debió salir de la Biblioteca Marta Babillón, su directora. A la sazón, se trata de la misma funcionaria que me censuró hace unos días con la venia del secretario de Cultura de Mendoza, Diego Gareca.

La mujer se hizo acompañar por otras personas, pensando que yo iría a escracharla o algo por el estilo, pero no era mi intención. Solo deseaba presentar mi libro.

Tal fue su temor, que hizo cerrar las puertas de la biblioteca mucho antes de lo habitual.

Ciertamente, Babillón podría haberse evitado ese mal momento y el papelón que significó su censura —que terminó manchando su propio Currículum—, pero primó el fascismo.

Anoche, a la hora de acostarme, me sentí gratificado por haber logrado presentar mi libro a pesar de las adversidades. Sin embargo, me quedó un sabor amargo en la boca, por ver que el nuevo gobierno de Mendoza, del signo político de Cambiemos, solo se mostraba diferente de la boca para afuera. Nada de nada en los hechos concretos.

Por caso, esta semana fue despedido del portal Sitio Andino el periodista Leandro Abraham, justo después de haber publicado una investigación que mostraba las inconsistencias de los funcionarios del gobernador Alfredo Cornejo, uno de los principales socios políticos de Mauricio Macri. ¿Cambiamos o no cambiamos?

Como sea, sobre esto último escribiré más en extenso en unos días, cuando hayan pasado las PASO. También volveré sobre las figuras de Babillón y Gareca, por la gravedad de lo ocurrido.

Si hay algo que no puede permitirse es la vuelta a los días más oscuros de la historia argentina, cuando la censura era moneda corriente.