Hay un consenso, en el que todos parecen haberse puesto de acuerdo: Alberto Nisman fue asesinado. Esa es la premisa, más allá de la evidencia, aunque no haya elementos que lo sustenten.
Hubo un primer peritaje, hecho por 13 expertos, independientes, que reportaban a la Corte Suprema, y que arrojó que el otrora fiscal especial del caso AMIA se había suicidado. Se trata de técnicos que han trabajado en casos de diversa índole, todos de enorme complejidad. Y ninguno ellos puede ser tachado de “parcial”.
Ahora aparece un nuevo estudio, hecho por la Gendarmería, que asegura que a Nisman lo asesinaron. Solo se sostiene a través de una animación y la reiteración de una serie de leyendas urbanas que ya fueron desacreditadas científicamente.
Se dice que Nisman tenía el disparo detrás de su cabeza, lo cual es falso. Las fotos del cuerpo inerte del fiscal muestran que el impacto estaba justo sobre su oreja.
También se asegura que no tenía restos de pólvora en sus manos, lo cual también es falso: un peritaje hecho en Salta mostró todo lo contrario.
Se asegura que un moretón que tenía en la pierna demuestra que lo golpearon antes de matarlo: falso también. Ese hematoma era viejo, por eso tenía un color verdoso, tal cual se percataron los peritos del primer estudio.
Ni hablar del hecho de que tenía ketamina en su organismo, dato utilizado como prueba indubitable de que fue sedado para luego liquidarlo. Amén de que no existen antecedentes del uso de esa droga por parte de sicarios, la única manera de que sirva para dopar a una persona es a través de una inyección intravenosa.
Nisman no tenía rastro de pinchazo alguno, por lo cual es altamente probable que usara la ketamina para recreación, como hacen muchas personas en diversas partes del mundo.
Tampoco es verdad que la computadora del fiscal estaba llena de troyanos y “programas espías”. Se probó científicamente que el único virus aparecía en el celular de Nisman y solo era ejecutable en Windows. Ergo, era inservible.
Quienes impulsan la validez del nuevo peritaje, deberán explicar con precisión cómo es que no hay pisadas de nadie más en el baño del departamento donde murió el fiscal. También, cómo es posible que acomodaran su cuerpo sin que haya corrimiento de sangre. Y otra más: ¿Cómo es que Nisman tenía restos de pólvora en sus dos manos?
Se asegura que los supuestos sicarios que mataron al fiscal eran unos “súper profesionales”, sin embargo no se dieron cuenta de poner la pistola en la mano de Nisman a la hora de simular el suicidio.
Tampoco se percataron de que el hombre estuvo viajando por Europa durante semanas y sin custodia, lo cual hubiera facilitado su trabajo.
No. Prefirieron complicarse la vida haciendo un operativo de imposible realización. Eso sí, son tan buenos en lo que hacen que no dejaron registro de su presencia en ninguna de las 100 cámaras que filmaron la periferia.
Realmente es muy poco creíble todo lo que está ocurriendo, sobre todo si se tiene en cuenta que diario Clarín anticipó en mayo de este año, mucho antes de que se iniciara el peritaje, que Gendarmería concluiría en el “asesinato” de Nisman.
¿Cómo lo sabía “el gran diario Argentino”? ¿Acaso en su redacción trabajan clarividentes?
El periodismo vive un momento complicado, donde la verdad no interesa, solo seguir a pie juntillas el consenso de ciertos intereses. Ocurrió en torno al atentado a la tema AMIA y ya se vieron los resultados: una causa paralizada durante más de 20 años.
Ahora ocurre lo mismo: Sandra Arroyo Salgado, con el apoyo de poderosos grupos de poder foráneos, han logrado que los periodistas escriban lo que a ella le place, no la realidad de cuestiones que les consta.
Es peligroso, porque se instala en la sociedad una verdad que no es tal. El caso Nisman debe investigarse de manera independiente, porque solo así permitirá desnudar qué ocurrió con las explosiones en la embajada de Israel y la AMIA, por qué murió el hijo de Carlos Menem, y cómo los servicios de inteligencia se han colado en lo más granado de la política argentina.
No es un dato menor toda vez que Arroyo Salgado fue puesta en su cargo gracias a los oficios del exespía Antonio Stiuso, aquel que no quiso atender los insistentes llamados de su exmarido, el propio Nisman, horas antes de su muerte.
Nada es casualidad.