"Con protestas de todo tipo, el de ayer fue el día de la bronca. Cacerolazos, un apagón, sentadas, marchas sindicales, cortes de calles; en todas sus manifestaciones las reacciones contra las medidas económicas adoptadas por el Gobierno sumaron tensión en el día previo a la huelga general convocada por las tres centrales obreras.
La mayor concentración se vio frente al Congreso Nacional (...) El acto reunió a unas 6.000 personas (...) Durante un breve mensaje de Hugo Moyano, jefe de la central rebelde, militantes del Partido Obrero y de Patria Libre, con grandes carteles, intentaron acercarse más de la cuenta al palco".
Aunque parezca una crónica de esta misma semana, esas palabras corresponden a un artículo publicado el 13 de diciembre de 2001 por diario La Nación. Un dato no menor: esos hechos ocurrieron apenas seis días antes de que explotara el humor de la sociedad y se llevara puesto en ese mismo acto al entonces presidente Fernando De La Rúa.
¿Qué diferencias existen entre esas jornadas y las que hoy vive la Argentina? Más de las que se sospechan, lo cual es todo un alivio. Sin embargo, lograr igualar una postal con la otra es menos complicado de lo que se cree, solo hace falta encender una mecha que ya ha sido empapada con combustible.
Cristina Kirchner lo sabe y, aunque no demuestra preocupación aparente, sí sigue de cerca cada uno de los cacerolazos que se han dado en las últimas semanas, con especial interés en el último de ellos. Ella sabe que, a diferencia del año 2001, en estos días ha aparecido en escena un actor tan inesperado como inmanejable: las redes sociales.
Es que, a través de Twitter y Facebook —las dos más relevantes en la actualidad—, miles de personas se han puesto de acuerdo para protestar con sus viejas cacerolas. ¿Cómo controlar tan espontánea manifestación?
Si bien es cierto que la Presidenta se ha ocupado en los últimos años por manejar a los principales medios de prensa, tanto escritos como audiovisuales, también es real que nunca tuvo en cuenta el poder de las redes sociales. Hoy, seguramente, se arrepiente por ello.
No solo nunca se interesó por lo que ocurre en ese submundo —al cual siempre subestimó— sino que jamás se tomó el trabajo de coordinar la labor de los blogueros oficialistas que pululan por la web, muchos de ellos a sueldo de la Casa Rosada. ¿Para qué le sirve al Gobierno pagarle a un puñado de inútiles que solo sirve para injuriar y calumniar de manera virtual y generalmente anónima?
Mientras estos se dedican a insultar por doquier, un grupo cada vez más grande de ciudadanos se organiza con precisión de cirujano para manifestarse al son de las cacerolas. A la hora de contrarrestar ese fenómeno, hay que decirlo, los blogueros siempre llegan tarde y mal. Simplemente se dedican a desacreditar y minimizar la acción de los "caceroleros", y terminan logrando el efecto contrario al que buscan. Ello explica por qué cada nueva movida cuenta con más y más personas apoyándola —por caso, para el próximo jueves se especula que protestarán más de 10 mil personas—.
"La diferencia entre este cacerolazo y el de 2001 es que ahora van pocas personas, de barrios pudientes y lo hacen porque sienten que les tocaron el bolsillo", aseguran los manifestantes K para minimizar la cuestión. Esa afirmación es una muestra cabal de su propia ignorancia respecto a lo ocurrido hace poco más de diez años. ¿No es acaso por lo mismo que se protesta en estos días? ¿No se trata de las mismas personas y los mismos lugares?
Como puede leerse en la crónica de esos días, la cantidad de personas que protestaban era igual que ahora —empezaron siendo 6.000 caceroleros— y lo hacían en las mismas esquinas y por los mismos motivos que ahora: por el avance de un gobierno —el de De La Rúa— por sobre sus ahorros. Y ahí aparece la pregunta que ningún bloguero puede responder: ¿Por qué era un gesto "patriótico" batir las cacerolas en 2001 y hoy es un intento "golpista"?
Mientras se siga subestimando el movimiento de quienes protestan en la actualidad, jamás podrá entenderse el fenómeno en su real dimensión y menos aún llegar a desactivarlo como se debe, a través del diálogo. Alguien debería mencionarle a la Presidenta que los diálogos que se producen en estas jornadas son casi calcados a los que se escuchaban hace una década: la locura por el dólar, el riesgo país, los vencimientos de deuda y hasta la eventual emisión de cuasimonedas por parte de provincias asfixiadas a nivel financiero.
Si todo ello parece inquietante, hay un tópico que debería preocupar a Cristina mucho más: la convergencia de los cacerolazos con las protestas que llevan adelante los referentes de la inquieta CTA disidente —con Pablo Miceli a la cabeza— y los líderes del campo.
Si bien esta última movida aún está lejos de lograr la adhesión que tuvo en 2008, en el momento más álgido de enfrentamiento con el Gobierno —especialmente por el vedetismo de los capitostes rurales—, hoy la CTA cuenta con un aliado en las sombras que tiene gran poder de fuego: Hugo Moyano.
Para conocer cuánto daño puede llegar a hacerle el titular de la CGT a su gobierno, Cristina debería recordar que él fue, junto con Eduardo Duhalde, uno de los artífices de la caída de De La Rúa en el 2001.
Todo parecido con la realidad, es pura coincidencia.
Christian Sanz
Twitter: @cesanz1