“Sacarme una foto a mí, es como pegarme un tiro en la frente”. Esta frase fue mencionada por el extinto “empresario” Alfredo Yabrán a fines del año 1994, mucho antes de que se conociera su fotografía públicamente.
En el marco de la primera entrevista que otorgó a la prensa, más específicamente a revista Noticias, Yabrán no sólo no se dejó fotografiar sino que advirtió severamente que cuidaba por demás su imagen personal, presumiblemente por el tipo de negocios que llevaba adelante en “sociedad” con lo más granado del menemismo.
Luego de la desaparición del “narcoempresario” postal, se instaló en la sociedad la idea de que, a la vera del poder, podían coexistir oscuros personajes protegidos por funcionarios políticos de turno. Esto es así desde mucho antes de que Yabrán fuera quien fue y seguirá siéndolo toda vez que existen negocios que sólo pueden ser manejados por “prestanombres” de los poderosos de turno.
En la era Kirchner, no ha habido excepción a la regla: lo que Yabrán fue para Carlos Menem es Lázaro Báez al kirchnerismo. No sólo en lo referido a su propia imagen —hay muy pocas fotografías del empresario, ya que no le gusta que lo retraten— sino en lo vinculado a sus negocios personales, muchos de los cuales existen y crecen gracias a su vínculo con el poder.
Es una obviedad asegurar que Báez no sería lo que es, si no fuera por las concesiones que los Kirchner le facilitaron. No cualquiera puede meter sus narices en cuestiones tan intrincadas como son la obra pública, el sistema bancario y el petróleo, en un mercado resignado a pocos intereses, siempre relacionados con la “crema y nata” del poder.
Lo mismo sucedió con Yabrán, quien creció a la sombra del menemismo, gracias a los jugosos contratos que en los años 90 le ofrendaron los personeros de ese gobierno.
Llama la atención el exponencial crecimiento de Báez, como sucedió con Yabrán a finales del siglo pasado. Más aún su vinculación a expedientes que lo enfrentan al delito de “lavado de dinero”.
Esa misma acusación sufrió Yabrán por algunos de sus negocios. Sospecha que se haría carne luego de su fallecimiento, cuando la CIA y DEA norteamericanas desclasificaron documentos que demostraban el vínculo del empresario con los estupefacientes. A partir de entonces creció la sospecha de que el blanqueo de dinero que realizaba Yabrán era funcional a los negocios del menemismo.
Lo mismo sucede actualmente, toda vez que funcionarios de la Embajada de Estados Unidos sospechan que los negocios de Báez serían funcionales a ciertas actividades del kirchnerismo, no justamente vinculadas a cuestiones lícitas.
Más aún, a mediados de los años 90 se llegó a sospechar que Yabrán en realidad era testaferro del ex presidente Carlos Menem.
A Lázaro siempre se lo señaló como uno de los presuntos “prestanombres” de Néstor Kirchner.
Como se ve, no son pocas las similitudes entre Yabrán y Báez, lo cual muestra —por carácter transitivo— otro llamativo parecido: el de Kirchner y Menem, ambos protectores de los grupos cuasi-mafiosos que los ayudaron a llegar al poder.
Siendo que los caminos de Yabrán y Lázaro son casi calcados, cabe preguntarse ¿Terminará esta historia escandalosamente como sucedió a fines de los 90 con el yabranismo?