Para entender la gravedad de lo sucedido en las últimas horas respecto a la salud de Cristina Kirchner, hay que utilizar un recurso que muchos historiadores detestan: la historia contrafáctica.
De acuerdo a la historia oficial del hematoma que la presidenta tiene en su cráneo, todo estaría bajo control y se resolvería con un mes de tranquilo reposo.
Sin embargo, ¿qué ocurriría si el cuadro fuera más complicado que lo asegurado por el oficioso vocero Alfredo Scoccimarro? ¿Qué sucedería si con un mes de descanso no alcanzara para aliviar la patología de Cristina?
No es cuestión de pesimismo, solo de recordar cómo el kirchnerismo supo manejar históricamente la información oficial de los miembros familiares en el pasado. Por caso, la gravedad del cuadro que ostentaba Néstor Kirchner solo se conoció meses antes de que falleciera.
Lo mismo sucedió en el año 2004, cuando el ex mandatario debió ser intervenido por un cuadro gastroduodenal que el propio gobierno venía ocultando.
En ese contexto, ¿cómo saber que lo que le ocurre a Cristina es lo que mencionan los documentos oficiales?
Debe mencionarse que el parte de marras omitió mencionar detalles como el tamaño del hematoma de la jefa de Estado y en qué lugar se encuentra ubicado. No es un detalle menor: según la localización del mismo, podrían verse afectadas algunas funciones motoras del cerebro de la mandataria, como su memoria.
El documento oficial tampoco hace mayor referencia acerca de la arritmia que detectaron los médicos de la clínica Favaloro. ¿Qué tan grave es? ¿Es crónica o pasajera? ¿Tiene alguna relación con su “colección subdural crónica”?
Aún cuando la situación estuviera controlada, preocupa la persistente incomunicación oficial. ¿Qué hubiera ocurrido si el golpe que sufrió la presidenta el pasado 12 de agosto —y que desencadenó en lo que hoy está padeciendo— hubiera sido de mayor gravedad? ¿Quién se hubiera hecho cargo de las inevitables consecuencias?
La falta de comunicación gubernamental sobre un tema tan sensible, denota la manera de concebir el poder por parte de los Kirchner. No se trata de un tema menor, sino de la salud de la persona en la cual reposan todas las responsabilidades del Estado.
No es el único síntoma de irresponsabilidad oficial: el hecho de que Cristina no cancelara su agenda luego del golpe que sufrió un día después de las primarias de agosto, fue un riesgo innecesario y accesorio.
Aparte de sus actividades gubernamentales y sus actos de campaña, la presidenta hizo 18 viajes protocolares. ¿Eran necesarios o podría haber suspendido alguno/s de ello/s?
Las preguntas se agolpan al paso de las horas y nadie parece querer responderlas desde el poder. No es poco.
Christian Sanz
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