Lo conocí hace muy poco, menos de dos o tres años, en un desvencijado y anacrónico pasillo de Comodoro Py, donde funcionan los juzgados Federales de la Capital Federal.
Ambos habíamos sido citados como testigos por el colega de Clarín Matías Longoni, quien había sido querellado por el otrora titular de la AFIP Ricardo Echegaray.
Hugo Alconada Mon venía caminando con una mochila que desentonaba con su impecable traje azul y allí cruzamos algunas palabras.
Me pareció un tipo sencillo, afable, reacio a hablar de sí mismo. Mientras esperábamos en ese pasillo eterno, matamos el tiempo contándonos las vicisitudes que debimos superar por investigar al poder de turno.
Yo le contaba sobre las querellas penales que me habían hecho puntuales funcionarios del kirchnerismo y él me hablaba sobre las presiones que sufría por parte de los mismos referentes.
Por un momento pareció que estábamos al mismo nivel, que hablábamos de igual a igual, pero siempre tuve claro que estaba conversando con el mejor periodista de investigación de la Argentina y uno de los mejores del mundo.
El encuentro duró un rato, hasta que uno y otro fuimos llamados a declarar en favor de Longoni, en el contexto de la querella que le inició el errático Echegaray. Se declaración fue impecable, con detalles que sorprenderían al menos neófito.
Alconada declaró durante una hora y media, con la seguridad que lo caracteriza. Luego abandonó Comodoro Py estrechando la mano de todos y cada uno de los que estábamos allí, portando su inquieta mochila, cargada siempre de comprometedores documentos.
Todos los presentes nos quedamos mirando la escena, como en las películas de vaqueros, en las que, en la toma final, el protagonista se aleja lentamente, al tiempo que la música épica empieza a subir de volumen.
Ciertamente, Alconada es una suerte de héroe de estos tiempos. Un periodista que ejerce con gran responsabilidad “el mejor oficio del mundo”, tal cual lo ha descripto con precisión el maestro Gabriel García Márquez.
Jamás publicará una noticia que no esté chequeada por tres o más fuentes de alto rango. Ante la duda, preferirá perder cualquier primicia, por más explosiva que sea.
Sus informantes, siempre de primer nivel, confían él porque saben que jamás los traicionará. Antes, preferirá ponerse en problemas él mismo.
Los poderosos le temen, los colegas lo respetan y los lectores que siguen su trabajo confían plenamente en la información que aporta.
Ha tolerado acusaciones injustas por tomarse su tiempo a la hora de confirmar una información —le ocurrió con los célebres “Panamá Papers”—, pero Alconada prefiere la mesura antes que el innecesario error, que conlleva a la penosa rectificación.
Es uno de los pocos colegas que cuida el honor de terceras personas aún más que el suyo propio. Sabe que una noticia infundada puede dañar gravemente y que no se compensa con la reparación a través de la posterior “errata”.
Sus condiciones como periodista están a la vista (1). Le sobran la pasión y la honestidad a la hora de trabajar, cualidades fundamentales para ejercer como hombre de prensa.
Podría decir mucho más, pero sería redundante. En realidad, quería escribir estas líneas en el día del periodista, pero no tuve tiempo de hacerlo.
Creo que era necesario, porque el periodismo se va alejando de lo que representa Alconada. La investigación casi no existe y menos aún el chequeo de información.
Es un mal sobre el cual ya venía advirtiendo otro maestro, Ryszard Kapuscinski: “Los periodistas al estilo clásico son ahora una minoría. La mayoría no sabe ni escribir, en sentido profesional, claro. Este tipo de periodistas no tiene problemas éticos ni profesionales, ya no se hacen preguntas”.
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(1) Alconada es tan pero tan grande, que encima me agradeció por estas líneas:
Muchísimas, MUCHISIMAS GRACIAS, Christian! Agradecido por tanto!
— Hugo Alconada Mon (@halconada) 14 de junio de 2017