Otra vez sopa. Incidentes y más incidentes en la previa del clásico Boca-River. Tengo en mi cabeza la misma postal desde que era un niño, en los lejanos 70 y 80.
Soy un ignorante total respecto del tema fútbol, pero siempre que se dan disturbios como los de hoy me pregunto lo mismo: ¿Cómo es posible que no se pueda evitar la locura que impulsan un pequeño grupo de inadaptados?
Luego, voy más allá y me interrogo: ¿Por qué una mayoría que no avala la violencia debe ceder a los deseos de unos pocos imbéciles?
La respuesta es obvia y clara: no se termina con lo que no se quiere terminar. Simple y sencillo.
¿Quién liberó hoy la zona para que los barras robaran las entradas a los que intentaban llegar a la cancha de River? ¿Quién les permitió cobrar mil pesos para estacionar en la periferia? La postal no es nueva, pero nadie hace nada al respecto.
Es que los barrabravas son funcionales a la política, los dirigentes del fútbol y, en algunos casos, hasta la policía. ¿Cómo quitarle gravitación a un tipo que se codea con esos poderes?
¿O acaso no saben los dirigentes vernáculos que, cuando le piden “ayuda” a un barrabrava para alcanzar un cargo —o lo que sea—, le están solicitando auxilio a un tipo que vive del crimen y el narcotráfico?
La pregunta no es ninguna genialidad, es apenas una cuestión de sentido común. Pero a nadie le interesa. Porque todo pasa finalmente. Porque todos se terminan hartando de que persista la impunidad, sin solución de continuidad.
Entonces, ¿para qué protestar? ¿A quién le importa cambiar algo? ¿De qué sirve preguntar por qué nunca nadie va preso por tirar piedras y destrozar la propiedad privada?
Porque nada cambiará. Habrá, quizás, alguna palabra de ocasión para condenar la violencia en general, pero nunca se enfocará la crítica hacia ninguna persona en particular, que es lo que sirve.
Porque así somos. Refrendamos la violencia, la permitimos y la legitimamos. ¿O acaso nos olvidamos de las palabras de Cristina Kirchner defendiendo a los barras en 2012?
Pero el problema no es el kirchnerismo, sino el “argentinismo”. Así somos. No podemos siquiera “cuidar” un partido de fútbol. ¿Qué ocurrirá en el marco del G20 entonces? Mejor ni preguntar.
Lo peor no es lo que pasó este sábado, sino que ello se repetirá un millón de veces, en este y otros clásicos del fútbol.
Porque no aprendemos más. Porque nos reflejamos así. Porque somos Argenzuela.