Daniel Santoro sigue “bajo fuego” luego de que fuera expuesto públicamente a causa de su “sociedad” con el abogado “trucho” Marcelo D’Alessio.
El periodista se victimiza, gesticula, incluso hace todo un acting en su propio lenguaje no verbal. Basta observar cómo se mostró en los últimos días para comprobarlo (por caso, la foto que ilustra esta nota lo dice todo).
Pero no es suficiente nada de lo que ha dicho o hecho: lo que ha hecho es de una gravedad superlativa, y ninguna de sus explicaciones terminan de cerrar. Porque… ¿qué periodista lleva a sus fuentes de información de aquí para allá? ¿Quién le consigue un cargo político o le presenta a jueces y fiscales?
Tal es así, que no hay ningún otro informante al que Santoro haya adornado de semejantes privilegios.
Y aunque el periodista estrella de Clarín insiste en que fue una víctima de la situación, lo que le ocurrió es imposible de justificar. ¿Cómo explicar los datos que le pasaba a D’Alessio a través del WhatsApp sobre sus propios compañeros? ¿A efectos de qué lo hacía? Santoro jamás lo explica, porque no hay manera de explicar algo semejante.
No es casual que sus compañeros de Animales Sueltos hayan desistido de apoyarlo a través de la solicitada que firmaron otros colegas, muchos de ellos obligados por los capitostes de Clarín, tal cual me lo revelaron dos cronistas de ese medio.
Romina Manguel, una de las víctimas del espionaje de marras, hizo la apreciación más acertada de todas: ¿Por qué se solidarizan con Santoro y no con ella y los demás espiados? ¿Quién es la víctima acaso?
Este domingo, en tren de seguir defendiendo lo indefendible, el periodista “se dejó entrevistar” por Jorge Fontevecchia en diario Perfil.
Allí optó por seguir victimizándose… con dos agregados: la mitad de las preguntas que le hizo el CEO de ese diario jamás las respondió. Otras directamente las contestó apelando a la mentira más lisa y llana. Por caso, sostuvo que el expediente tenía secreto de sumario, lo cual es falso.
“La causa está en secreto de sumario, y los medios kirchneristas el martes de la semana pasada publican un fragmento en el que se afirma que D’Alessio hizo un perfil psicológico de mis compañeros y me tenía como fuente. Que Santoro escribía los informes, que daba datos falsos. Jamás hice un informe, jamás le di datos para que se haga un informe de inteligencia”, le dice el periodista a Fontevecchia.
Y aunque Santoro intente negarlo, está probado por la transcripción de sus mensajes de WhatsApp con D’Alessio, que él era su fuente para esos informes de inteligencia. De hecho, Manguel quedó horrorizada al comprobarlo en persona. “Siento que me expuso de una manera jodida”, dijo luego de ver las conversaciones en la causa judicial.
Edi Zunino, otro de los colegas de Santoro en Animales Sueltos, opinó de manera similar al comprobar la calidad de los chats: “No sabíamos que Santoro despreciaba tanto a sus compañeros”.
El reputado colega advierte incluso que no alcanzan las disculpas de su otrora compañero: “Dice que ‘son conversaciones privadas’. Su arrepentimiento no alcanza el contenido profundo de sus dichos. Solo se arrepiente de haber fallado, al punto de quedar tan expuesto. Justo él”.
Lo que dice Zunino obliga a la pregunta incómoda: ¿Hubiera pedido disculpas Santoro de no haberse descubierto la trama D’Alessio? ¿O hubiera seguido pasando información de manera subrepticia al falso abogado? La respuesta, de tan obvia, es inquietante.
El caso Santoro recién empieza, es apenas la punta del iceberg. Cuanto más avance el expediente judicial, más se verá complicado el periodista. Pero sabrá zafar, como siempre le ocurre, porque es un tipo de suerte.
Logró esquivar las balas luego de las persistentes mentiras que publicó en Clarín sobre el atentado a la AMIA —llegó a ponerle nombre al inexistente conductor suicida de la trafic bomba— e hizo lo propio respecto de las cuentas de Máximo y Nilda Garré, que eran “truchas”. Esta vez no será la excepción.
Porque, si Santoro tuviera un apodo, debería ser “Corcho”. Porque siempre sale a flote. Como dije, un tipo de suerte.