A mediados de los años 80 se estrenó una película llamada Código de Silencio, protagonizada por el reconocido artista marcial Chuck Norris. Según los críticos, es el mejor de sus largometrajes (de hecho, es uno de mis favoritos).
La trama refiere a un veterano policía involucrado en un caso de "gatillo fácil". Ciertamente, lo complica el hecho de haber acribillado a un chico inocente.
Y aunque todos sus compañeros saben lo que pasó, deciden defenderlo a capa y espada, con excepción de Norris, quien se pasa todo el film intentando mostrar que el uniformado en realidad es un completo fraude.
Desde que tengo memoria, me ocurre exactamente lo mismo, solo que en este caso no se trata de un corrupto policía, sino de un periodista ídem.
Hablo de Daniel Santoro, el cronista estrella de Clarín, quien viene haciendo de las suyas desde hace más de 20 años. Lo he documentado en completa soledad en Tribuna de Periodistas una y otra vez, desmenuzando su manera de operar en temas sensibles como el atentado a la AMIA.
Más aún, junto a mi amigo y colega Fernando Paolella —con quien escribí uno de mis mejores libros, “AMIA, la gran mentira oficial”— le marcamos sus pifies en reiteradas oportunidades, sin que se le moviera una pestaña.
En esos días, pensábamos que lo hacía de manera involuntaria, pero pronto nos dimos cuenta de que era un “operador a sueldo”. ¿Qué otra explicación podía haber a sus notas, que decían exactamente lo contrario a lo que sostenía el expediente de marras?
Santoro no solo llegó a mentir respecto de la existencia de la Trafic-bomba en la puerta de la AMIA —lo cual fue descartado por los 200 testigos que ostenta la investigación judicial— sino que además le puso nombre al supuesto conductor suicida: Hussein Berro. Pronto se supo que todo era falso, pero el “periodista” nunca pidió disculpas.
Tampoco lo hizo cuando se demostró que ni Máximo Kirchner ni Nilda Garré tenían cuentas millonarias en Estados Unidos. Llegó a ser portada del diario más vendido del país, Clarín.
Y no solamente fue refutado luego de publicada la falaz versión, sino que el gran Hugo Alconada Mon reconoció que él mismo le advirtió a Santoro que ello era una fake news antes de que la publicara.
Mucho más podría contarse, como sus plagios a algunas de mis investigaciones en 2009 u otras trapisondas, pero basta culminar con la postal que ha surgido del caso D’Alessio, con un Santoro complicado judicialmente por pertenecer a una banda de extorsionadores.
No es casual que el “periodista” haya intentado borrar todas sus conversaciones de Whatsapp antes de entregar su celular a la justicia, justo después de haber renunciado al programa Animales Sueltos acusado de haber entregado información sensible sobre sus propios compañeros.
El juez Alejo Ramos Padilla, que lo llamó a indagatoria y parece dispuesto a procesarlo, dejó bien claro en su última resolución el papel que ostentaba Santoro en la organización criminal.
“Se ha corroborado prima facie no sólo el vínculo de conocimiento y confianza que mantenía con Marcelo D´Alessio, sino su participación y su aporte en las actividades ilegales que llevaba adelante la organización delictiva investigada”, dice el documento.
Y añade que, “a diferencia del caso de otros periodistas vinculados a D´Alessio, el imputado no sólo se nutría de la información que le proveía la organización, sino que habría tenido conocimiento de las actividades de espionaje ilegal que desarrollaba, sus métodos y contribuía al desarrollo de los planes ilícitos que llevaba a cabo la organización”.
Luego de dar detalles escabrosos que surgen de conversaciones entre uno y otro, Ramos Padilla sostiene: “En el marco de esta relación que mantenía con la organización, Santoro, además de ser un usuario de la información que le proveía la misma con posible conocimiento de que provenía de actividades de inteligencia prohibidas que se realizaban sobre empresarios o dirigentes políticos, también habría brindado de manera confidencial información a Marcelo D´Alessio respecto de las actividades de sus colegas, que luego eran reportadas a otros miembros de la asociación ilícita”.
Acto seguido, el juez puntualiza en uno de los puntos más controvertidos: “Las particularidades y la entidad de la relación entre D´Alessio y Santoro era pública y conocida, al punto tal que habría sido el imputado el encargado de presentarlo ante colegas, magistrados y otros funcionarios públicos como un agente de la DEA, una persona vinculada a la Embajada de los Estados Unidos o un agente estatal con funciones en seguridad y/o inteligencia, lo que a aquél le resultaba útil y necesario y le allanaba el camino a la organización para llevar adelante los diversos planes ilícitos”.
A pesar de todo lo dicho, de lo que ha trascendido —y lo que resta por trascender—, de las mentiras y contradicciones de Santoro, la mayoría de los colegas insisten en defenderlo. Como si lo suyo hubiera sido un simple “error” periodístico. Se insiste: lo que ha emergido a la luz demuestra sobradamente que se trata de algo más que ello: es un acto delictivo de manual.
Lo curioso es que esos mismos colegas que salieron a golpearse el pecho para defender al “periodista” de Clarín, no han dicho una sola palabra respecto de Romina Manguel y los demás panelistas que fueron víctimas del espionaje del tándem Santoro-D’Alessio. Increíble pero real.
En la referida película “Código de silencio”, Chuck Norris logra finalmente que el veterano policía acusado de gatillo fácil sea exonerado de fuerza. Lo consigue recién al final, luego de tener que luchar contra el persistente rechazo de sus propios compañeros.
Eso me da alguna esperanza a futuro... solo hay que esperar.