Alberto Fernández aparece como la gran esperanza blanca del pero-kirchnerismo. El tipo que llegó para unir a propios y ajenos. El mesías que unirá agua y aceite.
Los mismos que alguna vez lo detestaron, lo miran ahora como si fuera Gandhi. Aquellos que supieron fustigarlo a través de medios como C5N y Pagina/12, ahora refieren a su persona como el "gran estadista". ¿Se puede ser más hipócrita?
Ayer nomás, el programa ultra K 678 lo calificaba de "clarinista", "lobbista de Repsol" y "operador de las corporaciones" (ver al pie).
¿Qué cambió desde entonces hasta ahora? ¿Qué fue lo que logró que el otrora repudiado funcionario se "bañara" en las aguas del Jordán?
¿Sabrán los kirchneristas de paladar negro explicar qué los hizo cambiar de opinión respecto de su valoración?
En lo personal, mis recuerdos sobre Alberto son bastante poco gratos. Por caso, rememoro sus violentos llamados en el año 2004, a poco de haber llegado Néstor Kirchner al poder.
"Yo te puedo hacer mierda", me decía el entonces jefe de Gabinete K como respuesta a mis notas críticas sobre el expresidente de la Nación publicadas en Tribuna de Periodistas. Acto seguido, me ofrecía algo de pauta oficial a efectos de "moderarme".
No fui el único que sufrió los furiosos llamados del hoy precandidato K. Me consta que muchos otros colegas debieron vivir la misma situación.
El resultado se pudo ver en esos mismos días: unos poquísimos medios se animaron a revelar la incipiente corruptela K -editorial Perfil estuvo a la cabeza de la patriada- y todos los demás fueron domesticados gracias a la eficacia del látigo de Alberto... y la millonaria pauta estatal, claro.
Una digresión no menor: el presupuesto para publicidad oficial era en 2003 de 46 millones pesos y diez años más tarde, kirchnerato mediante, trepó a la friolera de... ¡1.760 millones!
Hasta el grupo Clarín logró sucumbir ante semejante zanahoria. Ello le permitió a Néstor mantenerse en el poder con relativa tranquilidad.
Al menos hasta el año 2008, cuando, merced a la pelea con el campo, rompió lanzas con el grupo comandado por Héctor Magnetto.
Hasta ese momento, solo unos pocos periodistas mostrábamos escándalos de la talla de la evaporación de los fondos de Santa Cruz, Skanska, sobreprecios en Planificación, narcotráfico en aviones de Southern Winds, vínculos de Aníbal Fernández con el tráfico de estupefacientes y otros.
Y cuando lo hacíamos, aparecía el furioso llamado de Fernández, el mismo que hoy se muestra conciliador e intenta hacer creer que es el Winston Churchill que hoy necesita la Argentina.
Cuánta razón tenía Karl Marx -y no me canso de citarlo- cuando decía que la historia se repite dos veces, la primera en forma de tragedia y la segunda en formato de farsa.