Unos dicen que fue un golpe, otros dice que no, que Evo Morales renunció porque quiso. Entretanto, solo reina la confusión y escasea la información, no solo en Bolivia, sino también en la Argentina y otros lugares.
El error es tratar de discutir desde lo ideológico, porque la cuestión supera ese tópico. Es un tema que abarca lo social, lo político e incluso lo económico, y solo puede entenderse cuando se analiza lo ocurrido durante los últimos años en el vecino país.
Lo primero que debe recordarse que hace casi 14 años que Morales es presidente y que intentó eternizarse en el poder, buscando un cuarto período aun cuando la Constitución que él mismo había redactado se lo prohibía. Más aún, hizo un referendum popular y lo perdió: la gente le dijo que "no" con vasta claridad.
Apeló entonces al discurso de los populistas: dijo que, si no lo dejaban presentarse, estaban vulnerando sus derechos humanos. La presión surtió efecto y sus amigos de la Corte Suprema boliviana lo habilitaron.
Luego, apareció la sombra del fraude, cuando el mismo día de la elección, el escrutinio reflejaba una distancia de 7 puntos con el candidato Carlos Mesa y se confirmaba que habría balotaje. Repentinamente el sistema se cayó durante 24 horas y no hubo más datos.
Casi una semana después, el Tribunal Supremo Electoral boliviano dijo que Evo había ganado con una ventaja de 10,57%, el número mágico para consagrarse en primera vuelta.
La importancia de esa cifra la explica el brillante colega Leonardo Mindez: “Las encuestas mostraban que su popularidad había bajado. Su posibilidad de triunfar era mantener a la oposición dividida y ganar en primera vuelta. En un balotaje, se le complicaría”.
La gota que rebasó el vaso se dio el último viernes, cuando la auditoría oficial contratada por el mismísimo TSE concluyó que los comicios habían estado "viciados de nulidad".
“Evo denunciaba un golpe de Estado en marcha, encendiendo más el fuego. La oposición ya no quería el balotaje, pedía la renuncia de Evo”, insiste Mindez con gran claridad.
Si no se tiene en cuenta lo aquí descripto, no se entenderá lo ocurrido este domingo. Desde ya que se trata de un hecho doloroso, que afecta gravemente al republicanismo y acongoja al mundo entero. Pero también es una chance de volver a “cerrar las venas abiertas” de América Latina.
Porque, como se dijo, no se trata de una cuestión ideológica. Esto va mucho más allá. Es una discusión estructural, que necesita de un debate profundo que supere izquierdas y derechas.
Porque, ni las izquierdas ni las derechas han logrado resolver las desigualdades. Por eso, las calles de Bolivia parecen calcadas a las calles de Chile. El descontento es casi idéntico.
Hay que animarse, tener valentía para hacerlo, porque hay que dejar el “corazoncito” de lado.
Porque, está muy bien denunciar el “golpe” contra Evo, pero… ¿dónde estaban todos los que hoy se desgarran las vestiduras cuando se dio el fraude eleccionario de Bolivia?
Más aún: ¿Por qué nada dicen esas voces sobre lo que ocurre en Venezuela? ¿O ahora nos van a decir que allí hay democracia plena?
Se insiste, ni la izquierda ni la derecha han dado soluciones integrales. Solo han sabido generar divisiones que no tienen sentido. Véase lo ocurrido en Brasil: progresistas y liberales han robado por igual, y no han resuelto ninguna cuestión de fondo. Solo han servido para dar —y quitar— temporal "asistencialismo" al pueblo, sin solución de continuidad.
Entretanto no ocurra la discusión de fondo, mientras no haya acuerdos para ponerse en un lugar determinado desde donde debatir, hasta que no se acaben las excusas en nombre de la “persecución política” —ahora con el neologismo de “lawfare”—, los países latinoamericanos seguirán siendo saqueados por izquierdas y derechas... y no se resolverá nada de nada.
Todo bien... pero luego no nos lamentemos.