Los anuncios van y vienen. Se suceden sin solución de continuidad. El gobierno de Alberto y Cristina habla de limitar las acciones de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), de que casi no puedan intervenir judicialmente e incluso de eliminar la partida de “gastos reservados” para acciones de espionaje.
Pero es solo maquillaje, acciones pensadas para acallar las voces críticas, aquellas que suelen denostar los históricos desaguisados de la exSIDE.
Es que, mientras ello ocurre, entretanto los discursos apuntan a la democratización de la Inteligencia vernácula, han comenzado a recalar en ese organismo viejos referentes que supieron hacer mucho daño durante los gobiernos de Néstor y Cristina.
Ya fue revelado por quien escribe estas líneas en sendas notas de investigación, publicadas en Tribuna de Periodistas en los últimos días.
Uno de ellos es Esteban Orestes Carella, un “camporista” que responde directamente a Cristina Kirchner y que estará a cargo de la “base Estados Unidos”, una especie de sucursal de la AFI que supo ocuparse de hacer “contrainteligencia” y que ahora se encargará de un nuevo tópico: terrorismo.
El otro que ha vuelto con todo el poder es Fernando Pocino, no personalmente, sino a través de sus hombres de confianza, principalmente un técnico informático llamado Emiliano Deza.
Pocino es aquel que supo “carpetear” a periodistas, jueces y referentes de la política que “molestaban” al kirchnerismo. Muchas de esas operaciones pudieron verse en medios como Página/12, revista 23, diario El Argentino, Tiempo Argentino, y otros. Todos privilegiados con millonadas de plata del kirchnerismo de entonces.
Ahora, en la misma línea, quien está a punto de regresar es Alberto “Pigu” Louys, jefe de Operaciones a Cargo de la AFI y “segundo” del ya mencionado Carella en épocas del siempre sospechado Antonio Stiuso.
Louys es un personaje totalmente desconocido para el imaginario popular, pero que supo hacer de las suyas en la otrora SIDE con mano de hierro.
Sus compañeros aún lo recuerdan con el calificativo de “traidor”, porque no dudó en acomodarse al calor de La Cámpora cuando Cristina decidió “romper” lanzas con Stiuso.
Ello le permitió ser nombrado como director Operacional de Contrainteligencia en los días enlos que Oscar Parrilli reemplazó a Héctor Icazuriaga como titular de la AFI.
En realidad, quien tenía el verdadero poder era el chaqueño Francisco Larcher, el “segundo” de Icazuriaga y hombre de confianza de Néstor Kirchner, a quien le reportaba y entregaba informes confidenciales que gravitaban en la intimidad de sus enemigos.
En tiempos de Parrilli quien tuvo real poder también fue su “segundo”, Juan Martín Mena, otro camporista que, a pedido de Cristina, se “convirtió” en viceministro de Justicia de la Nación.
Como puede verse, todo tiene que ver con todo. No solo Cristina controlará de cerca el poder de los agentes vernáculos, sino que lo hará de la mano de lo más rancio de La Cámpora y de los exespías eyectados en su propio gobierno.
Si hubiera que ponerle un nombre, la película —“clase B”, obviamente— se titularía “el regreso del kirchnerismo y el Ministerio de la Venganza”.