Este miércoles, el gobierno argentino repudió que Ahmad Vahidi fuera designado para ocupar un cargo en el gobierno iraní, en este caso como ministro del Interior de ese país.
Para el Ejecutivo nacional constituye una “afrenta a la justicia argentina” y a las víctimas del brutal atentado terrorista contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA).
De hecho, muchos salieron en redes sociales a repudiar la medida, con una furia más sobreactuada que real. A la mayoría de ellos les he preguntado si conocían las pruebas contra Vahidi. Ninguno supo responder.
Y la verdad es que en todo el expediente judicial no hay elemento de prueba alguno que refiera a Vahidi, quien siquiera se llama así, sino Ahmad Shah Cheraghi.
Su nombre fue incluido por Alberto Nisman en un documento que lo vinculó con el ataque a la mutual judía, como un verdadero “dogma de fe”.
Porque en dos oportunidades le pregunté cuáles eran las evidencias que tenía contra este y otros iraníes. Y Nisman reconoció que no las tenía. “El Mossad y la CIA me dicen que tienen las pruebas, y yo les creo”, nos dijo.
Y hablo en plural porque las preguntas se las hicimos junto a Fernando Paolella, con quien escribimos un libro en 2007, titulado “AMIA, la gran mentira oficial” (El Cid Editor).
Nisman jamás pudo responder las preguntas más sencillas que le formulamos en nuestros breves encuentros. Siempre relacionadas con los dos atentados ocurridos en Buenos Aires.
Personalmente, le dije —incluso lo hice públicamente— que si me mostraba una sola prueba que complicara a iraní alguno, le pagaba un millón de dólares. A cambio, le ofrecí una docena de evidencias contra los verdaderos responsables, todos sirios. Nisman jamás aceptó el convite.
Prefirió hacer una “ensalada”, asegurando que Vahidi —cuyo nombre no es ese, insisto— había ordenado cometer el atentado a la AMIA y que este fue perpetrado por Hezbollah. Una mentira tras otra.
Me he cansado de decirlo: hay evidencia de sobra en el expediente, pero nadie se toma el trabajo de leerlo, siquiera mínimamente. Allí aparece incluso la factura de la bomba que explotó en la sede judía.
Sin mencionar que en el juicio AMIA 2 quedó demostrado que deliberadamente se dejó la “pista siria” de lado. A pesar de todas las pruebas que había allí.
Ello explica que ninguno de los 6 autores que escribimos libros sobre los bombazos en la mutual israelí nos enfoquemos en Irán, sino en Siria. Básicamente porque leímos el expediente y analizamos evidencia que los grandes medios suelen obviar. Por presiones geopolíticas foráneas.
Que empezaron a las pocas horas de producido el atentado: allí, el gobierno del primer ministro israelí Yitzhak Rabin propuso al gobierno argentino de Carlos Menem coordinar una “interpretación unificada de lo sucedido”, que conviniera a los intereses políticos de ambas administraciones.
A partir de entonces ya no se podría hablar de Siria; el nuevo enemigo era otro: Irán. Aún cuando no hubiera una sola prueba.
Esta es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Le guste a quien le guste, y le pese a quien le pese.
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