Misteriosa e impredecible. Así califican quienes la conocen a Sandra Arroyo Salgado, la lacónica exesposa de Alberto Nisman, aquel fiscal que apareció muerto de manera aún no del todo esclarecida el tribulado domingo 18 de enero, horas antes de exponer contra Cristina Kirchner en el Congreso Nacional.
La mujer es un enigma en sí mismo: cuando parece que va a tomar un rumbo, cambia abruptamente hacia el opuesto.
A poco de abonar la mesura más extrema, estalla en hipótesis que contraponen la línea oficial. Lo hace sin dobleces ni eufemismos: “A Nisman lo mataron”, jura públicamente.
La sociedad la observa con más admiración que juicio. Especula que, si habla de asesinato, lo hace con conocimiento de causa. ¿Por qué lo haría sino? ¿Cuál sería la conveniencia de asegurar algo tan drástico y explosivo?
Para entender qué pasa por la cabeza de Arroyo Salgado, no hay que prestar atención a sus dichos, sino más bien a sus silencios. Por caso, ¿por qué jamás menciona al gobierno nacional en sus cavilaciones? ¿A qué se debe su mutismo respecto de la figura de Cristina Kirchner y/o el verborrágico Aníbal Fernández? ¿Avala con su silencio las barbaridades que refrendaron uno y otro públicamente?
Sorprende que la exesposa de Nisman se haya animado a “poner en caja” a la oposición y el periodismo cuando declaró en el Parlamento, pero nada mencione respecto de los desaciertos del gobierno. ¿Cómo se explica semejante conducta?
Si esa actitud pudiera asombrar a alguno, ¿cómo calificar entonces las lineales coincidencias entre la estrategia de Arroyo Salgado y el oficialismo de turno?
Uno y otro han elegido al enemigo perfecto para culpar por la muerte Nisman: el informático Diego Lagomarsino.
Para el kirchnerismo, es el inevitable culpable desde el día número uno. Para la impenetrable jueza, es quien más cuadra para acomodar la escena del crimen que ella misma quiere ver en torno a la muerte de su exmarido.
“Al doctor Nisman lo mataron por dinero”, dijo Arroyo Salgado ante una sorprendida Viviana Fein, fiscal de la causa. ¿Debía dinero su exesposo o le debían a él?
En realidad, desde el entorno del juzgado que investiga este voluminoso expediente, dieron a entender que la mención refiere a un killer o sicario, alguien que asesina por plata. Ello explicaría la frase.
En ese contexto, Arroyo Salgado apuntó contra Lagomarsino, no solo por ser el dueño del arma que acabó con la vida de Nisman, sino además por sospecharlo de ser el que ingresó de manera remota a su computadora el domingo 18 de enero, horas después de —supuestamente— haber muerto.
A ese respecto, amerita una digresión por un dato que se conoció en las últimas horas: la jueza de la causa, Fabiana Palmaghini, asegura que no fue ese día cuando la computadora de Nisman ingresó a Internet, sino el lunes 19 a las 7.36.
Para sostener esa afirmación, la magistrada reveló que ello fue consignado en el acta labrada por los peritos en la División Apoyo Tecnológico. ¿Un error humano, tal vez de tipeo?
Para echar más confusión a la confusión, el perito de parte de Arroyo Salgado, Gustavo Presman, también habría refrendado esa misma fecha. Por ahora, un misterio.
Por lo pronto, Maximiliano Rusconi, abogado de Diego Lagomarsino, aseguró que este miércoles al mediodía se presentará en la fiscalía de Fein con su propio especialista informático a efectos de aclarar ese punto.
Independientemente de lo que surja de ese tópico, el abogado debería explicar a qué se debió el fuerte cruce que tuvo ayer con Fein. ¿Qué es lo que la fiscal se resistía a entregarle? Todo un enigma.
La estrategia de la jueza
Como anticipó este medio, Arroyo Salgado juega a “federalizar” el expediente judicial y lograr que aterrice en el juzgado de su par “amigo” Luis Rodríguez.
Se trata de un juez que, al igual que ella, fue promovido para llegar a su cargo por un sector de la exSIDE, específicamente el que comandaba el entonces director de Contrainteligencia Antonio Stiuso.
Los investigadores sospechan que la aparición de un punto negro dibujado en la frente de Nisman en la tapa de revista Noticias —poco antes de que muriera este— es parte de la estrategia ad hoc. El razonamiento es casi lineal: si la muerte del fiscal especial fue un “magnicidio”, debería pasar al fuero federal.
Al mismo tiempo, ese expediente debería recalar en donde ya hubiera alguna causa conexa. En la actualidad, quien investiga lo del “punto negro” es Rodríguez, por lo cual sería el juez natural donde caería la causa Nisman.
¿Y si el círculo en la revista Noticias fue puesto adrede por la pareja de Arroyo Salgado, Guillermo Elazar, para forzar esta situación? Es la pregunta que se hacen los investigadores en estas horas. Por ello es que han decidido llamarlo a declarar en sede judicial.
Mientras tanto, la jueza avanza de manera sinuosa: intenta quedar bien con el gobierno —al que le debe no pocos favores—, con su propia familia y, principalmente, con su “padrino”, el esquivo Stiuso.
¿Será verdad que en otro expediente —el que investiga a hackers y periodistas— Arroyo Salgado está por cobrar venganza contra los enemigos de este último, principalmente el aún poderoso espía Fernando Pocino? Apenas otra digresión.
Como sea, sorprende que la jueza haya declarado en secreto contra Lagomarsino. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué teme? Para más suspicacias, la exesposa de Nisman solicitó que su testimonio fuera preservado en una caja de seguridad y que no quedara constancia del mismo en la causa judicial. Más misterio.
Todo indica, finalmente, que las próximas horas serán definitorias en varios sentidos, principalmente en lo ateniente a la persona de Lagomarsino.
Si se comprobara que fue él quien ingresó remotamente a la computadora de Nisman, tendrá serios problemas. Hasta ahora, su testimonio fue errático y, si bien aclaró algunas cuestiones, dejó puntuales baches que hasta ahora no quedan del todo claros.
Sobre su figura, el gobierno y Arroyo Salgado albergan las mismas dudas: ¿Es Lagomarsino un sicario contratado por alguien más, presumiblemente espías eyectados de la exSIDE? ¿Son estos quienes pagan los honorarios de su costoso abogado? ¿Cuál era específicamente su trabajo para Nisman, por el cual cobraba la friolera de 40 mil pesos por mes? ¿Es verdad que en el allanamiento que hicieron en su domicilio, los sabuesos encontraron ropa manchada?
No son los únicos interrogantes: ¿Por qué la empleada doméstica de Nisman conocía a Diego Lagomarsino como "Luis"? ¿Por qué dijo que era el único que entraba al departamento?
Las preguntas se acumulan y nadie atina a responderlas con claridad. Tal es el grado de confusión, que se ha decidido contratar un perito foráneo para hacer una nueva junta médica que analice los resultados de la autopsia de Nisman.
Mientras tanto, la prueba más importante, la que podría ayudar a resolver todos los misterios, sigue acumulando polvo en sede judicial. Se trata de los teléfonos y computadoras del fiscal especial de la causa AMIA.
De manera inentendible, Arroyo Salgado pidió demorar su análisis, sumando un nuevo enigma a su ya misteriosa conducta. Todo parece invadido repentinamente por la prosa de Thomas Carlyle: “El misterio... sí, un misterio profundo nos envuelve. Cuanta más luz, más misterio”.