Hay una máxima en el periodismo que sostiene que “toda fuente de información es interesada”. No se trata de una consigna más, sino de una de las que más deben tenerse en cuenta a la hora de trabajar como hombre de prensa.
Los periodistas basamos nuestro trabajo en ese tópico: las fuentes, principalmente las personales. Esto es, gente de carne y hueso que nos aporta datos que, luego de trabajosos chequeos, pueden transformarse en un potencial artículo periodístico.
Los “informantes” —a efectos de usar un oportuno sinónimo— tienen toda una complejidad que merece un manual completo para saber cómo tratarlos.
Los hay de diversa índole, pero principalmente dos: los “oficiosos” y los “oficiales”, de acuerdo a la calificación que les da el gran colega español Pepe Rodríguez, autor de uno de los mejores libros de investigación escritos en español (1). A saber:
-La fuente oficial será aquella a la que se puedan aplicar las etiquetas clasificatorias siguientes: ser preferentemente una fuente puntual, pública —aunque algunas veces con rasgo de privada—, voluntaria, y con tendencia a ser más bien asidua que ocasional. Este tipo de fuentes acostumbra a facilitar información más o menos institucionalizada y a asumir su paternidad. El valor de sus comunicaciones es notable para el informador, pero más bien relativo para el investigador.
-La fuente oficiosa, en cambio, será preferentemente de orden general (sin olvidar su componente puntual), confidencialidad —aunque pueda ser también privada—, tanto voluntaria como involuntaria e igualmente asidua como ocasional. Su información es más bien singularizada y original y no suelen asumir la paternidad de la misma. El valor de sus comunicaciones es muy alto para el investigador, pero puede suponer un riesgo para el informador en caso de que no contraste suficientemente sus datos.
Dicho esto, amerita responder a la consigna que da título a esta nota: ¿Conviene utilizar fuentes de información vinculadas al espionaje? La respuesta es terminante: NO.
Salvo casos puntuales, jamás nos servirá lo que aporta una fuente relacionada con la inteligencia. ¿Por qué? Básicamente porque su origen es ilegal. No es ningún secreto: el espía se nutre de datos subrepticios, aportados por escuchas telefónicas ilegales, hackeos y otros “delitos” de similar índole.
Si alguien duda respecto de la conveniencia de la utilización de esa información, sepa que existen puntuales expedientes judiciales que han demostrado que ello es ilegal.
Una de las causas se inició hace diez años y complicó la existencia de no pocos periodistas argentinos. Si bien se trata de una investigación viciada de nulidad por la pésima actuación de la jueza Sandra Arroyo Salgado (2), la cuestión de fondo no cambia un ápice. Lo que está mal, está mal.
En lo personal, me ocurre cada tanto que algún espía vernáculo me ofrece correos electrónicos privados o escuchas telefónicas de personajes relevantes de la política o el empresariado argentino. Siempre son documentos harto interesantes, plagados de datos de relevancia… pero su origen sigue siendo ilegal.
Siempre agradezco el convite, pero lo paso por alto. Mi lema es claro: “El fin no justifica los medios”.
Finalmente, hay que mencionar que los ofrecimientos suelen recrudecer en momentos de purga de la exSIDE. Las dos más importantes —al menos en lo que a mí respecta— fueron en 2000 y en 2014.
En uno y otro momento, me contactaron los espías de rigor a efectos de ofrecerme mails privados y documentos ad hoc de referentes de la política. Otra vez: les agradezco infinitamente la oferta, pero no la acepto.
Lo que sí me preocupa es que luego veo algunos de esos registros publicados por grandes medios y/o colegas amigos. Eso es cualquier cosa, menos periodismo.
No se trata solo de un tema de legalidad, sino también del peligro de la desinformación que se genera cuando lo que se publica termina siendo falso.
Dos ejemplos al respecto, ambos publicados por diario Clarín y su periodista “estrella”, Daniel Santoro. El primero, las cuentas en el exterior de Máximo Kirchner y Nilda Garré; el segundo, los supuestos registros borrados en la Quinta de Olivos después de la suspicaz muerte de Alberto Nisman.
Una y otra versión fueron tomadas por verídicas y luego se demostraron falsas. ¿Cómo arreglar el daño que hizo el diario más leído de la Argentina? ¿Cómo reparar algo sobre lo cual ni siquiera se pidió disculpas?
Está claro que la información es un bien muy preciado y, como tal, su tratamiento debe ser cuidado al extremo.
Lamentablemente, el contexto actual no ayuda en nada a la hora de entenderlo. Ya lo dijo el actor Chris Hardwick con una crudeza que abruma: “Ya no estamos en la era de la información. Estamos en la era de la gestión de la información” (3).
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(1) Periodismo de investigación, técnicas y estrategias (Paidós, 1994). Pepe Rodríguez. Página 97.
(3) Esta nota es parte del libro/manual que está escribiendo el autor de esta nota sobre periodismo de investigación.