¿Debe el periodismo colaborar con la Justicia? Me lo pregunto desde hace más de 20 años, cuando empecé en esta hermosa profesión.
Incluso he escrito media docena de notas al respecto, planteando la cuestión. Es bien cierto que existe una suerte de obligación ciudadana de aportar lo que uno ha logrado conseguir como investigador —ya he explicado que el género periodístico de “investigación” es el único que produce la prueba—, pero no es menos real que el hecho de estar todo el tiempo recorriendo tribunales hace que uno no pueda enfocarse en su propio trabajo.
Soy un ejemplo perfecto de lo antedicho ya que, al meterme en tópicos en los que nadie se mete, suelo colectar elementos que sirven para complementar indagaciones judiciales. Ergo, soy uno de los periodistas más citados por la justicia.
Y ahí aparece la segunda cuestión: ¿Qué hacer cuando uno queda en medio de una disputa u operación, generalmente política? Quiero decir, ¿qué pasa cuando hay dos bandos en disputa y uno de ellos quiere utilizarnos para llevar “agua para su molino”? ¿Tiene uno que declarar igual, ciñéndose a su honestidad intelectual?
Lo antedicho viene a cuento de algo que pasó este viernes y que me involucra de manera directa. Está relacionado al juicio que se inició esta semana contra los 16 miembros del denominado Clan Ale de Tucumán, litigio impulsado por la siempre sospechada Susana Trimarco.
No es casual: la mayoría de los que están en el banquillo fueron acusados por ella por el supuesto secuestro de su hija. Una curiosidad aparte: las acusaciones contra ese grupo solo han sido mediáticas, ya que Trimarco jamás los señaló en sede judicial como responsables por la evaporación de su hija. Jamás.
Como sea, los abogados defensores de algunos de los que ahora están siendo juzgados pidieron que declarara en sede judicial. Así lo contó La Gaceta de Tucumán.
Los primeros abogados que plantearon sus cuestionamientos fueron el defensor oficial Ciro Lo Pinto y Alejandro Biagosch, quien tiene bajo su tutela a los acusados Rubén “La Chancha” Ale y María Florencia Cuño. El resto del nutrido grupo de la defensa se encargó de adherir a esas dos posturas cuando les tocó hablar.
“Propongo que se llame al periodista mendocino Christian Sanz por su publicación ‘Trimarco S.A.’”, agregó el abogado de “La Chancha”. En este punto lo siguió Cergio Morfil, defensor de Ángel “Mono” Ale, quien pidió que si el Tribunal desistía de llamarlo, hiciera lo mismo con las periodistas Soledad Vallejos y Sibila Camps, convocadas por la parte acusatoria.
En el contexto referido, ¿qué debo hacer si me llama la Justicia? Ciertamente no quiero ser funcional a la estrategia de estos personajes, vinculados a lo más bajo del submundo del delito en Tucumán.
El hecho de que no hayan secuestrado a Marita Verón, tal cual concluye mi libro Trimarco SA —que aún no he terminado de escribir, dicho sea de paso—, no los convierte en maestras jardineras. Siguen siendo los mismos delincuentes de siempre.
Es probable que finalmente ceda al pedido de la justicia y me siente en el banquillo de los testigos, donde diré lo que me consta, sin agregar ni una coma más ni una menos. Luego a seguir haciendo lo mío. Me sentiré incómodo, ciertamente, pero es lo que corresponde.
Dicho sea de paso, es interesante detenerse en las colegas Soledad Vallejos y Sibila Camps, ya que ambas me han criticado por mi investigación sobre Trimarco. Una y otra se definen periodistas, pero no hacen lo que manda cualquier manual de prensa que es chequear la información.
Solo se han guiado por los dichos de la madre de Marita Verón, sin verificar mínimamente si sus dichos son reales. Si lo hubieran hecho, como hice yo al consultar el expediente de marras, se hubieran percatado de todas las mentiras que esta suele decir públicamente. En esta nota planteo algunas de ellas, solo algunas.
Lo único que hice en mi libro fue contrastar las declaraciones de Trimarco del año 2002 con las que efectuó en 2012 y ello, a su vez, con lo que asegura públicamente. No hay valoración alguna, solo mínima contrastación.
En su intento de ensuciarme, las “colegas” han querido vincularme con el clan Ale y su séquito, pero eso es imposible de demostrar, ya que no los he visto en mi vida, ni he hablado con ellos jamás. Nunca me juntaría con gente de esa calaña.
La liviandad con la que Vallejos y Camps han manejado el tema Trimarco preocupa, porque se han terminado convirtiendo en loros que repiten lo que dice la madre de Marita Verón.
¿Hablaron acaso con los vecinos de esta última para saber qué era de su vida? ¿Chequearon los rescates de chicas que proclama Trimarco? ¿Hurgaron en sus oscuras finanzas? Nada de ello, fui el único que lo hizo.
Sepan los lectores que empecé creyendo en la “historia oficial” referida a Marita Verón, hasta que empecé a ver todas las contradicciones y mentiras que aparecían por doquier. Más aún, quien camine las calles de Tucumán verá que nadie le cree a Trimarco. Nadie.
En un futuro, luego de terminar mi libro sobre esta última, me dedicaré a remarcar todas las falacias que han escrito Vallejos y Camps —no son pocas— contrastadas, no con mi opinión, sino con las pruebas fácticas que abundan en el expediente.
Estoy harto del periodismo forro, del que sigue lo políticamente correcto en lugar de investigar de manera independiente. El mismo que critica a los que no caemos en esos vicios.
Es el que habla con total desconocimiento de casos como el de AMIA, Nisman, y tantos otros. Son los mismos que me criticaban en los 90 por meterme con Alfredo Yabrán —solo es un empresario, me decían, hasta que mató a Cabezas— o por sugerir que a Carlitos Menem lo habían asesinado.
Hay una premisa en el periodismo que asegura que “la información no nos pertenece” porque es potestad de la ciudadanía. En la Argentina, muchos parecen haberlo olvidado.