Y de pronto, Alberto Nisman vuelve a ser noticia. Porque en la Argentina todo vuelve. Siempre como lo refirió Karl Marx: la primera vez en forma de tragedia y la segunda en forma de farsa. Casi como el mismísimo peronismo.
En el caso del fiscal, volvió en forma de serie documental en Netflix. Allí, un director inglés llamado Justin Webster intenta dar una mirada sobre su muerte a través del aporte de testimonios de algunas de las personas que tuvieron relación con él.
El intento no es malo, incluso consigue algunas revelaciones, pero lo cierto es que se queda a mitad de camino. Porque uno espera mucho más que el sostenimiento de un micrófono que permita escuchar a tipos como Antonio Stiuso, cuyo misión ha sido la de mentir de manera persistente, como se ha demostrado en el expediente Nisman.
Se espera la contrastación de datos y testimonios, la corroboración de algunos de los dichos de los entrevistados e incluso la desmitificación de puntuales leyendas urbanas, que ya fueron refutadas gracias al método científico (una de ellas la que sostiene que Nisman no tenía restos de pólvora en sus manos, lo cual es falso tal cual reza la foja 2446 del expediente).
Pero no, Webster solo expone datos y más datos, esperando que uno saque sus propias conclusiones. No alcanza en el marco de un caso tan complejo. Sobre todo cuando se mezclan peras con manzanas. Testimonios falaces versus datos que la ciencia expuso con precisión.
El documental de Netflix menciona a este periodista y sus notas
No obstante, no deja de ser interesante el intento, porque revela otras cuestiones, como la falsa autoría iraní detrás del atentado a la AMIA (toda la evidencia conduce a Siria). Un papelón que sostuvieron todos los gobiernos, desde 1994 a la fecha.
También deja tambaleando al otrora “súper agente secreto” Stiuso, quien no sabe cómo salir del atolladero cuando le preguntan por qué no atendió a Nisman el día que lo llamó con insistencia, justo antes de aparecer muerto.
Dicho sea de paso, Stiuso es el mismo que motorizó la denuncia del entonces fiscal especial AMIA contra Cristina Kirchner por traición a la patria, a través de una presentación que fue destrozada por los principales juristas del país.
Por caso, Nisman acusó al espía “trucho” Allan Bogado de haber negociado la impunidad judicial de Irán en Zurich y Nueva York en nombre del gobierno argentino… y era falso: según se demostró posteriormente, ¡Bogado jamás salió del país!
Y hablando de mitos urbanos, debe decirse que, lejos de haber un buen trabajo al frente de la Unidad Especial AMIA, Nisman paralizó la causa durante una década, tal cual surge de las críticas de los familiares de las víctimas del atentado de marras. Quien lo dude, solo debe consultar el expediente en cuestión y se sorprenderá.
El entonces fiscal se dedicó a viajar por el mundo, gracias a la millonada de dinero que le aportaba el Estado, no para esos efectos, sino para que investigara lo ocurrido el 18 de julio de 1994, cuando estalló la reconocida mutual judía.
Si aún así a alguien le quedan dudas, solo debe volver a leer los cables de Wikileaks en los cuales se revela que Nisman trabajaba a las órdenes de la embajada de Estados Unidos. Allí mismo surge una conversación en la que pide disculpas a los yankis por haberse atrevido a investigar la “pista siria”.
Es oportuno recordarlo, porque hoy Nisman aparece como una suerte de héroe, que estaba a punto de resolver el caso AMIA. Y no es así. Como se dijo, hizo todo lo contrario: desinvestigó.
Pero los grandes medios han impuesto su verdad, no basada en evidencia concluyente sino en preconceptos e inventos sin sustento. La verdad está en otro lado, en esos lugares donde nadie gusta hurgar.
Porque, ¿quién se toma el trabajo de meterse de lleno en expedientes judiciales y aburridos documentos periciales?
Quien escribe estas líneas tiene alguna autoridad, porque ha escrito sendos libros, uno sobre AMIA en 2007 y otro sobre Nisman en 2019. Sabe de lo que habla cuando asegura que el fallecido fiscal hizo desastres en su paso como fiscal especial. El aporte que uno hace nada tiene que ver con cuestiones ideológicas o partidarias. La honestidad ante todo.
Porque uno ha sido el mayor denunciante del kirchnerismo y el más perseguido por este, pero eso no debe influir en el trabajo profesional. Una cosa no quita la otra. Las cosas deben decirse como son, aunque molesten o sean incómodas... o no coincidan con los intereses de las grandes mayorías.
Porque, como bien dijo el gran maestro de periodistas Ryszard Kapuscinski: “Los cínicos no sirven para este oficio”.