Sergio Massa es un hombre de suerte. Sin manifestar grandes ideas o proyectos, ha logrado alcanzar niveles de popularidad que más de uno envidia en estas horas, de cara a las elecciones legislativas que se llevarán a cabo este año.
Su trabajo como mandatario frente al municipio de Tigre no es malo, pero tampoco es para enmarcarlo como algo ejemplar. Ello lleva a preguntarse: ¿Es esto garantía de que podría resolver los problemas de la provincia de Buenos Aires o, peor aún, de la Argentina? Si Massa tiene la fórmula para hacerlo, jamás la ha revelado públicamente.
El ex jefe de Gabinete del kirchnerismo ha hecho de la reserva su mayor virtud. Por caso, sus declaraciones contra el Gobierno de Cristina solo suele hacerlas de manera velada y cuando está seguro de que sus interlocutores son personas de total confianza. “Está loca”, suele decir a quien quiera escucharlo, pero solo en privado.
Por el contrario, en sus diálogos con funcionarios del Gobierno —siempre reservados— el intendente de Tigre suele deshacerse en elogios hacia la Presidenta de la Nación.
Esa bipolaridad suele jugarle en contra, no solo porque en Casa de Gobierno están al tanto de sus descalificaciones, sino porque ello lo obliga a medir cada una de sus jugadas. ¿Cómo moverse sin mostrarse atado al kirchnerismo? ¿Cómo parecer independiente sin romper con el oficialismo?
“Massita”, como solía llamarlo Néstor Kirchner, ha sabido lidiar con contradicciones mucho más complejas que esa: lejos de su actual “progresismo”, sus orígenes lo vinculan con la UceDé, el partido conservador creado por Álvaro Alsogaray.
Más aún: todavía son recordados los días en que fue presidente de la Juventud Liberal de la Provincia de Buenos Aires: ocurrió entre los años 94 y 96. Posteriormente, fue uno de los pocos que se animó a saltar a las filas del menemismo y no dudó en trabajar para el polémico sindicalista gastronómico Luis Barrionuevo.
Se insiste: si Massa pudo sortear esas contradicciones, ¿cómo no podría ahora reinventarse como si jamás hubiera sido K?
Si bien es cierto que el mandatario de Tigre decidió ir a las legislativas con su propia lista, no es menos real que aún no ha roto del todo los puentes con el Gobierno.
En el juego de alianzas que se arman en estas horas, “Massita” insiste en mantener un fino lazo de comunicación con la Casa Rosada. Es que, a pesar de ir a los comicios legislativos con una nómina personal, jura al kirchnerismo que no sacará los “pies del plato”.
Al mismo tiempo dialoga con Daniel Scioli, a quien intenta convencer de armar un frente que los proteja de los futuros embates del cristinismo. Aún no lo ha logrado, por cierto, a pesar de sus largas conversaciones con el jefe de Gabinete del ex motonauta, Alberto Pérez.
El Gobierno no desconoce esas conversaciones y, por ello, desconfía de Massa. A ese respecto, prepara una dura embestida mediática contra él relacionada al “caso Arcadia”. Se trata de una denuncia hecha en 2010 por el diputado Claudio Lozano en el marco de un escandaloso canje de bonos dentro de la Anses.
El legislador sospecha que el mandatario tigrense pudo haberse quedado con un “vuelto” y por ello reclamó que se investigue el papel que jugó cuando estuvo al frente de esa dependencia. Sin embargo, hay un pequeño inconveniente para el kirchnerismo: también aparece en la trama el siempre polémico Amado Boudou.
Nada parece casual: el hoy vicepresidente llegó a la Anses merced a los favores del propio Massa. De allí en más su suerte sería ascendente dentro del seno gubernamental.
El destino quiso que finalmente el hoy mandatario de Tigre fuera eyectado del círculo íntimo del kirchnerismo y armara su propio camino en la provincia de Buenos Aires. Lo hizo con una gestión cuidada, pero también a fuerza de gastar millonadas de dinero oficial en autopromocionar su mandato.
Como sea, Massa logró forjar una figura de buen administrador y hombre público comprometido con la sociedad. Y, lo que es más importante, consiguió convertirse en el principal temor de Cristina Kirchner de cara a 2015.
No es poco.