Casi todo se ha dicho ya sobre Santiago Maldonado. Se lo ha comparado con Julio López, se lo confundió —adrede o no— con personas similares a nivel físico e incluso se lo ha acusado de su propia desaparición. Una imbecilidad tras otra.
Lo relevante pasa por otro lado, por saber sobre su paradero y conocer las circunstancias que llevaron a su evaporación. Todo lo demás es pura espuma.
¿Qué importa si cobraba una pensión de 32 mil pesos o si era el sobrino de Vaca Narvaja, como se dijo en las redes sociales y que, dicho sea de paso, terminó siendo falso? ¿Eso lo hubiera hecho merecedor de que lo desaparezcan?
Es sorprendente en qué nos convertimos a veces, somos lobos de nosotros mismos, como supo decir Thomas Hobbes.
Se ha formado una grieta insoportable respecto de lo ocurrido con Maldonado, donde unos acusan al macrismo de “chupar” gente como en los tiempos de la dictadura y otros acusan al kirchnerismo de haber “inventado” un desaparecido para aprovecharlo electoralmente. ¿Se puede ser tan imbécil, de un lado y del otro?
He desistido de escribir sobre Maldonado durante todos estos días, porque ya se han dicho demasiadas tonterías. Preferí la silenciosa cordura, porque lo relevante es lo que se vaya descubriendo y se pueda probar científicamente, no las especulaciones vacías.
Ya bastante daño han hecho puntuales funcionarios, como Patricia Bullrich que adujo poner las “manos en el fuego” por la Gendarmería. ¿No fue demasiado prematuro hacerlo? ¿Cómo sabe que esa fuerza nada tuvo que ver con la suerte de Maldonado?
Y si está tan segura, ¿será que acaso sabe lo que realmente le pasó al joven? Si es así, debería decirlo.
Les pido disculpas por la crudeza de estas líneas, pero me harté de tanta mediocridad. El tema es demasiado importante como para trivializarlo o politizarlo. Eso no debe permitirse, desde ningún lugar.