Este viernes, Sandra Arroyo Salgado decidió patear el tablero y renunció a impulsar el juicio que investiga la nunca esclarecida muerte del padre de sus hijas: Natalio Alberto Nisman.
A través de una misiva, la jueza, refirió tres motivos claros: “Salvaguardar el núcleo familiar, una serie de amenazas recibidas durante los últimos meses y la tranquilidad de que la investigación sigue su curso”.
Lo más relevante de todo lo argumentado, es una palabra en particular: “amenazas”. Arroyo Salgado refiere que la venían coaccionando y que, en ese contexto, decidió proteger a su familia, más particularmente a sus hijas.
El argumento es creíble a medias, ya que, según ha publicado Tribuna de Periodistas, ya venía siendo objeto de amenazas desde hace años, al igual que su exmarido, Nisman.
Más aún, este portal llegó a mencionar el nombre de la persona que estaba detrás de las amenazas, alguien que supo estar en la Agencia Federal de Inteligencia (exSIDE). Ello lleva a preguntarse: ¿Por qué el espionaje vernáculo amenazaría a Nisman y su esposa?
Y lo más relevante: ¿Por qué conociendo a los autores de las amenazas ninguno de los dos se animó a ir hasta el fondo de la cuestión?
Primero lo primero: el espionaje está íntimamente relacionado, no solo con la muerte de Nisman, sino también con la causa AMIA. No es antojadiza la mención, ya se verá por qué.
Luego, hay que posar la mirada sobre una causa judicial que comenzó en 2006 y que supo reposar en el juzgado de Arroyo Salgado. Es aquella que se inició por el hackeo de los mails de relevantes referentes del kirchnerismo y personajes de la farándula.
Es una causa judicial que se cerró “entre gallos y medianoche” a pesar de la copiosa evidencia, sobre la base del argumento de que la etapa de instrucción estaba viciada de nulidad. Apenas excusas, para justificar su cierre, producto de las presiones de la exSIDE.
Nadie puede ir en contra de tipos de la talla de Antonio Stiuso —y otros—, porque se termina de la misma manera que terminó Nisman. Muerto.
Arroyo Salgado fue presionada desde un primer momento para que dijera que la muerte de su exmarido había sido un “magnicidio”. Incluso la incitaron a mentir, al decir que tenía un disparo que ingresaba por detrás de la cabeza del exfiscal, lo cual se probó falso.
Lo mismo ocurrió con los restos de pólvora en las manos de Nisman. Desde un principio se dijo que no existían tales partículas, lo cual se refuta en la foja 2446 del expediente judicial, bajo la firma del irreprochable perito Manzano.
La otrora mujer de Nisman mintió a pedido de Stiuso y otros agentes de Inteligencia, algunos de ellos integrantes de “servicios” foráneos, como EEUU e Israel. Según pudo saber este portal, la decisión de Arroyo Salgado no es nueva: la mujer venía intentando “sacar los pies del plato” desde hace meses. Ello explica el silencio que la invade hace tiempo.
La realidad fue contradiciendo cada una de sus pretensiones. Cada afirmación que sostenía, se caía por la evidencia de la ciencia. ¿Cuánto más se puede sostener una posición semejante?
Por eso, la jueza decidió el camino más elegante: argumentar que la amenazaban y que teme por ello. ¿Quién podría cuestionarla ante su eventual temor?
Arroyo Salgado decidió bajarse a tiempo. Justo antes de que empiece la segunda fase de la mentira en torno a la muerte de Nisman.
“Van a decir que lo asesinó un comando iraní, como piden la CIA y el Mossad, la misma mentira que se dijo sobre AMIA, que Irán voló la mutual judía”, sostuvo a este portal uno de los abogados que supo trabajar en la Unidad Especial que investigó el atentado de 1994, junto a Mario Cimadevilla.
Como viene sosteniendo quien escribe estas líneas, no existe una sola prueba que involucre a iraní alguno en el hecho de marras. Ni una sola evidencia. Por ello, no es casual que los principales investigadores del caso AMIA coincidan —coincidamos— en ese punto. Todo el que conoce el expediente, lo sabe.
La pista iraní es una mentira que se sostiene por presión de EEUU e Israel, por una cuestión de conveniencia, en un ajedrez geopolítico de alta perversión.
Ahora, en la necesidad de seguir “poniendo fichas” contra Irán, se busca relacionar la muerte de Nisman con supuestos sicarios de ese país. Pero no hay un solo elemento para sostener algo semejante. Menos aún de relacionarlo con el malogrado Diego Lagomarsino, acusado de ser parte de la “conspiración” para matar a Nisman.
Arroyo Salgado debía vincular al informático con asesinos iraníes, señalar que estos eran los destinatarios del arma que dejó en la casa del fiscal especial. Que era para que la encontraran los supuestos sicarios. Pero la jueza no quiso llegar tan lejos. Era demasiado. Por eso se bajó.
Dicho sea de paso, no existe en la historia de la criminalística mundial un caso en el cual alguien deja un arma para que otro la encuentre y la utilice. El sicario conoce usa sus propios elementos, los cuales conoce y sabe manipular. Lo contrario solo sucede en la ficción de la película El Padrino.
A esta altura, hay una pregunta fundamental: ¿Por qué utilizar la figura de Arroyo Salgado para impulsar mentira tras mentira? Porque es la única que nadie cuestionaría jamás, porque es la exmujer de un fiscal que habría sido “ejecutado”.
A cualquiera de los que opinan les piden pruebas; a ella, no. Por eso llegó a decir las cosas que dijo sin que nadie la cuestionara jamás, aún cuando se demostró que mentía en cuestiones puntuales.
En el contexto mencionado, el libreto que dictan desde afuera se sigue al pie de la letra. Y cuando alguien intenta refutarlo, queda fuera de juego.
Es lo que le pasó a Cimadevilla, quien descubrió que la pista iraní en la causa AMIA era un fiasco total e intentó enfocarse en la pista siria. Fue eyectado en el acto. De hecho, este cronista se lo dijo a poco de haber asumido en su cargo: “Si intentás ir por el lado de la verdad, te van a volar”, dijo este periodista al otrora funcionario. Y es lo que ocurrió en los hechos.
Muchos se preguntan en estas horas por qué persiste la impunidad en la causa AMIA, por qué no se llega a la verdad. Y la respuesta es clara: porque no se quiere.
No le interesa a la DAIA, no le interesa a los diferentes gobiernos, no le importa a nadie realmente. Todo es una proclama vacía, de la boca para afuera. Todos se hacen los preocupados, pero nadie se interioriza sobre lo sucedido.
En ese marco, los espías vernáculos hacen y deshacen, porque pueden decir cualquier cosa y nadie los cuestionará, básicamente por desconocimiento. ¿Acaso cuántos saben que existe hasta la factura de la bomba que estalló en la AMIA?
Dicen que no hay mal que dure cien años, y esta no es la excepción. Más tarde o más temprano se correrá el velo de la mentira. Y allí se verá qué es lo que realmente ocurrió con AMIA y con Nisman. Son parte de una misma trama… y de una misma mentira.