Lugares comunes, nombres equivocados y datos difusos. Ese fue el colofón de la exposición de Cristina Kirchner, en el marco de la acusación contra los diarios Clarín y La Nación por su supuesta “apropiación ilegítima” de la firma Papel Prensa.
Luego de rebautizar como “Pagliari” media docena de veces a Beatriz Paglieri, la mandataria no trepidó en confundir fechas y hechos en un juego que distó mucho de ser una acusación real, referida a un delito puntual. Mucho menos de “lesa humanidad”.
Mientras muchos esperaban —esperábamos— pruebas irrefutables que vincularan la compra de Papel Prensa con delitos de ese tenor, Cristina sólo se la pasó ventilando documentos públicos y recortes de diarios de los años 70, todo lo cual ya fue publicado oportunamente por el fallecido Julio Ramos hace más de 15 años, cuando a los Kirchner no les interesaban los derechos humanos y sólo acopiaban bienes merced a la vergonzosa Circular 1050 de José Alfredo Martínez de Hoz.
Demasiadas veces remarcó la mandataria que era abogada, tal vez para que nadie se percatara de que confundía el término “sindicación” con “sindicalización” de acciones, y otros términos jurídicos.
Nada dijo Cristina acerca de los hijos de Herrera de Noble ni habló de todo lo que se había anticipado que diría. Sólo anunció que enviaría una denuncia contra Clarín y La Nación a la Justicia, de la cual no dio demasiados detalles y que podría haber hecho sin tanta alharaca y sin tantos “aplaudidores” oficiales.
Lo interesante fue que, mientras la Presidenta hablaba, los bloggers oficiales se ocuparon de inundar el aire virtual, no sólo con comentarios insidiosos hacia los periodistas críticos, sino también con ataques y hackeos a sitios no oficialistas.
Mucho podría decirse, pero un sólo término basta y sobra para definir la exposición de Cristina: un “fiasco”.