La última nota-operación de Horacio Verbitsky dejó múltiples y variadas sorpresas. La más relevante, que no debería llamar la atención, tiene que ver con el intento de salpicar a Carlos Stornelli a como sea, llegando a forzar la realidad con la publicación de un documento que es falso.
¿Por qué no debería llamar la atención? Porque Verbitsky es así, un mercenario. Un tipo que es capaz de vender a su propia madre por dinero.
Por caso, es el mismo que quiso enchastrar a Francisco de Narváez en una trama de narcotráfico que luego se demostró falsa. Lo puedo decir con conocimiento de causa, porque fui el que anticipó esa movida y quien la terminó desactivando.
No fue el único caso: también fue quien aseguró que la Gendarmería, por órdenes del macrismo, había asesinado a Santiago Maldonado. ¿Cómo se vuelve de semejante papelón?
Ahora, en esta nueva ocasión, Verbitsky apela a sus mejores armas: la tergiversación, la especulación y la mentira.
Es bien cierto que Marcelo D’Alessio es un tipo complicado y oscuro, siempre sospechado de trabajar para los servicios de Inteligencia y jugando con los límites de la legalidad. Pero que el tipo sea un delincuente no hace la cuestión extensiva a Stornelli por carácter transitivo.
Es casi seguro que D’Alessio intentó cobrar una coima, como se lo acusa. Es un delincuente hecho y derecho. Y no puede explicar cómo es que tiene el patrimonio que ostenta. Pero eso no vuelve a todos los que él conoce cómplices de sus actos.
Lo que sí sorprende es que lo convoquen a hablar de temas criminales, siendo que en los corrillos de los medios de comunicación siempre se supo quién era. Y no tiene que ver con su preparación profesional —es abogado y economista, y tiene un máster en Psicología Forense y Criminal— sino con su catadura moral.
En ese contexto, quien debería dar explicaciones es el periodista Daniel Santoro, aquel que suele presentar a D’Alessio a todo propios y ajenos. No solo a los colegas, sino también a referentes de la política y la justicia.
Por caso, fue el nexo entre el cuestionado abogado y Stornelli. En buen romance, fue quien los presentó.
No es todo: Santoro lo ha ensalzado a puntos exorbitantes, en público y en privado. “Investiga, pero no con una lupa. Es un tipo valiente”, dijo el periodista en la mesa de Animales Sueltos. De hecho, fue la principal fuente de información para su libro El Mecanismo. (Una digresión nada menor: D'Alessio asegura que él mismo escribió dos capítulos de esa obra).
¿Acaso Santoro desconocía lo que todos sabíamos sobre D’Alessio o prefería mirar para otro lado? Peor aún: ¿Fue el periodista parte de las extorsiones del mediático letrado?
En lo personal, no me sorprendería. El “colega” ya demostró su eficacia a la hora de operar en las causas AMIA, Nisman y tantas otras. Ciertamente, es una labor que no se hace gratuitamente. Sobre todo cuando hay profesionales marcándole todo el tiempo sus pifies.
Oportunamente, junto a Fernando Paolella —con quien escribimos el libro AMIA, la gran mentira oficial (2007)— le marcamos la mayoría de sus errores y, lejos de rectificarse, Santoro persistió en sus falacias periodísticas, siempre publicadas por diario Clarín.
A la cabeza de sus desaciertos, se encuentra la acreditación de la existencia del conductor suicida de la camioneta que habría estallado frente al edificio de la mutual judía.
Ya lo hemos reiterado hasta el hartazgo: de los 200 testigos, solo una mujer vio la supuesta Trafic, Nicolasa Romero, quien luego admitió que había mentido a pedido de la Policía Federal. Ergo, si no hay vehículo, no hay conductor.
No es todo: Santoro es el mismo que llegó a decir que Máximo Kirchner y Nilda Garré tenían sendas cuentas secretas en EEUU, lo cual pronto se demostró falso.
En lo personal, tengo un encono personal con él porque llegó a plagiarme dos notas en el año 2009. Lo peor es que diario Clarín “permite —¿promueve?— la reprochable conducta de Santoro de no citar fuentes de otros medios y robar primicias de sus propios colegas. No es la primera vez que lo hace y obviamente no será la última”, según publiqué en esta nota de hace 10 años.
Esto último bien puede dejarse de lado, porque es una cuestión más personal que profesional —aunque el plagio es un delito grave para el periodista—, pero todo lo demás no. Santoro persiste en permanecer impoluto, como si fuera una “vaca sagrada”. Y eso le otorga la impunidad que ostenta para hacer sus trapisondas.
No pocos periodistas me han contado situaciones que manchan su carrera —hoy mismo me ocurrió con un gran colega y amigo—, pero nadie se anima a decirlo públicamente. ¿De qué sirve entonces? ¿Cuántos casos D’Alessio más tienen que aparecer para que se empiece a poner la lupa sobre este personaje?
¿O es que los propios colegas hacen las mismas trapisondas que Santoro y no quieren “escupir para arriba”?
Solo preguntas, por ahora. Para tratar de entender ese corporativismo que tanto daño le hace a este hermoso oficio, acaso el más hermoso del mundo según Gabriel García Márquez.