"La inteligencia es limitada, pero la idiotez no tiene límites", juran que dijo alguna vez Albert Einstein. Más allá de su eventual autoría, debe decirse que el dogma es totalmente real y aplicable a ciertos grupos de poder autóctonos. Son conglomerados que se disfrazan de medios de prensa, pero que en realidad son organizaciones cuasi-mafiosas que viven del apriete privado y la pauta oficial.
Uno de ellos es el que pertenece a Sergio Szpolski y Matías Garfunkel, el primero tristemente célebre por haber robado 4 millones de dólares de la sede de la AMIA —lo cual le valió que lo expulsaran de esa institución—; el segundo, testaferro y blanqueador de la mafia rusa, a través del holding KLP.
Ambos, Spolski y Garfunkel, llevan adelante el grupo de medios Veintitrés, el cual en realidad no tiene existencia real ni jurídica; más bien se trata de una docena de sociedades anónimas que no tienen relación entre sí y que están dirigidas por insólitos testaferros. Un par de ellas, por caso, están a cargo del ex chofer de Szpolski, Ricardo Pace.
La referencia al holding Veintitrés viene a cuento de una historia asombrosa; tiene que ver con cómo una noticia que incomoda al Gobierno puede banalizarse de tal manera que su refutación termina siendo menos creíble que la información que se intentó echar por tierra.
En este caso, se trata de la relevancia que tomó el fenómeno de los "cacerolazos" y la preocupación que ello generó en el seno del Gobierno. Antes, debe aclararse un punto: a pesar de que el oficialismo jura y perjura que no le afecta el golpeteo de las cacerolas, la realidad indica todo lo contrario. No solo se han ocupado de desacreditar a quienes se manifiestan de esa manera, sino que han inventado una trama que instala como "chivos expiatorios" a una veintena de usuarios de redes sociales.
A través de un documento que fue publicado oportunamente por Tribuna de Periodistas y que fue plagiado —y firmado como propio— por una periodista de Tiempo Argentino llamada Virginia Márquez, se asegura que un grupo de blogueros "anti K" son los verdaderos gestores del cacerolazo que hoy jaquea al kirchnerismo. ¿Se puede ser tan imbécil? ¿Cómo creer que la voluntad de miles de personas puede manipularse tan fácilmente a través de inofensivas redes sociales?
Lo insólito de la cuestión es que allí se incluye a tuiteros que difícilmente puedan tener que ver con movida alguna, como el caso del creador de Gaturro, Nik. Lo mismo ocurre con quien escribe estas líneas, a quien se acusa de operar en favor de Clarín. ¿Nadie hizo el pequeño esfuerzo de buscar en la web las durísimas notas publicadas por este cronista contra ese grupo para evitar semejante papelón?
En tren de decir barbaridades, la periodista que robó la nota —y firmó como propia—, jura que son "truchas" media docena de cuentas de Twitter que pertenecen a conocidos referentes. Obviamente, relaciona a estas con el impulso que han tenido los cacerolazos de los últimos días. Dicho sea de paso, para el goberno han sido manifestaciones "interesadas" y "nada espontáneas". Si esto es así, ¿por qué tanta preocupación, al punto de impulsar una contramarcha para este jueves?
Volviendo a la plagiadora cronista de Tiempo Argentino, Virginia Márquez, alguien debería mencionarle que su jefe, Sergio Szpolski, ofreció a este periodista —en vano— trabajar para sus medios. ¿No es sorprendente la facilidad con la que se puede pasar de ángel a demonio para ciertas personas?
Como sea, no deja de asombrar la ausencia de límites que ostentan algunos medios de prensa y el servilismo con que se mueven quienes trabajan en sus planteles. ¿Todo es lícito a la hora de defender un modelo político partidario, cualquiera que fuere? ¿Está bien inventar información solo para poder cobrar millonaria pauta del Estado?
Debe recordarse que los medios que aglutina el tándem Szpolki-Garfunkel, no tienen gran tirada —menos de 5.000 ejemplares vendidos por edición— ni tampoco tienen gravitación en la web. Este medio, por ejemplo, triplica en lecturas al portal de Internet de ese mismo conglomerado.
Sin embargo, el fantasmal holging Veintitrés es uno de los que más factura en pauta publicitaria cada año. Solo en 2011, percibió la friolera de ¡$125 millones! Para que se tenga un parámetro de comparación, hay que referir que Clarín —diario que vende un promedio de 300 mil ejemplares diarios— percibió en el mismo lapso $3,3 millones.
Ello explica todo. ¿Quién no inventaría lo que fuera por $125 millones, incluso las historias más fantasiosas?
El problema en realidad pasa por otro lado, por la desinformación que generan esos medios y que no solo afecta a la ciudadanía, sino también al propio Gobierno. ¿Hasta qué punto le sirve a Cristina Kirchner estar aislada de la realidad y solo creer lo que dicen sus propios espejos informativos?
El tema de los cacerolazos es una cabal muestra de ello. Mientras el oficialismo insista en creer que esa manifestación está reducida a un grupo de siniestros conspiradores interesados en voltear al Gobierno, no tendrá capacidad para enteder el fenómeno en su cabal dimensión.
El golpe de las cacerolas es una señal de alerta, proveniente de personas de carne y hueso que quieren hacerse escuchar. Lo peor que puede hacer el kirchnerismo a ese respecto es insistir en darles la espalda y criminalizar su pacífico reclamo.
De lo contrario, para cuando logre reaccionar, Cristina terminará desbordada por una realidad que terminará estallando en su propio rostro. Es una historia que la Argentina ya vivió... en más de una oportunidad.