En los últimos meses, diferentes informes periodísticos —y algún que otro expediente judicial— revelaron puntuales vínculos de funcionarios del kirchnerismo con el tópico narcotráfico. No solo aparecen funcionarios oficiales relacionados con el tráfico de estupefacientes, sino que además existe una suerte de metodología concreta para desactivar los controles sobre ese flagelo.
El menos avispado podría pensar que se trata apenas de una suma de coincidencias, que no tienen relación entre sí. Sin embargo, no es así: el kirchnerismo ha acumulado a lo largo de una década innumerable cantidad de elementos que revelan que existe un vínculo directo entre la fortuna de ciertos referentes K y el negocio oscuro de los narcóticos.
En estos días, es el comentario usual de ciertos periodistas “de investigación” y hasta abundan informes a ese respecto. Sin ir más lejos, Jorge Lanata presentó varios reportes a través de su programa Periodismo Para Todos.
Hoy parece sencillo hablar del tema, pero ¿qué ocurría en los albores del kirchnerismo?
En esos días, casi en soledad, quien escribe estas líneas comenzó su prédica sobre la relación de los Kirchner y sus funcionarios con el comercio de estupefacientes y el posterior lavado de este. Había demasiados elementos como para desconocer la cuestión: los vínculos de Néstor y Cristina con la firma Conarpesa, vinculada al narcotráfico a España; la relación de ambos con Eduardo Caffaro, narcolavador relacionado con el cartel de Juárez; la “sociedad” de los K con Cristóbal López, sospechado por la DEA de estar conectado al mismo negocio; etc. Docenas de etcéteras.
Entonces, los medios de comunicación se mostraban embelesados con el actual gobierno y omitían reparar en esos y otros detalles, como el poco apego de los Kirchner a las reglas de la democracia, su curioso interés por el dinero y la persecución al periodismo crítico. En esas jornadas, este periodista recibía furiosas presiones por parte del entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, hoy paradójicamente en las antípodas del kirchnerismo.
Durante esos malogrados días, comenzaron mis denuncias contra los funcionarios del oficialismo que mostraban cierta simpatía por hacer negocios con el imperdonable negocio de los narcóticos. Una de mis primeras notas fue sobre Aníbal Fernández, entonces ministro del Interior de la Nación.
“Drogas en el conurbano” se llamó el artículo en cuestión y allí se revelaban los detalles de dos expedientes judiciales que lo rozaban en el tema drogas, uno de ellos del año 1994. Eran los idus de mayo de 2004 y los medios seguían de luna de miel para con los Kirchner.
A ese artículo le siguieron varios más donde se mostró cómo el hoy Senador de la Nación aparecía relacionado una y otra vez con los estupefacientes: Southern Winds, la mafia de los medicamentos, la muerte del comisario Oscar Beauvais y hasta el triple crimen de General Rodríguez eran solo algunas de las causas que lo comprometían.
En total, publiqué 20 artículos de investigación que desnudaron la figura de Fernández y hasta fueron utilizados por la Justicia para avanzar en las investigaciones de marras. Mientras, el entonces ministro del Interior iniciaba dos querellas penales contra mí: una por vincularlo con las drogas; la otra por relacionarlo con el triple crimen. En ambos juicios, fui sobreseído.
Pero volvamos al principio del kirchnerismo: seguimos en 2004 y nuevamente me tocó denunciar los vínculos de un intendente K —ex duhaldista— con las drogas, Hugo Curto, mandamás de la localidad de 3 de Febrero… hasta el día de hoy. Nuevamente aparecieron las esperadas cartas documento e intentos de apriete. Los medios seguían embelesados con los K.
Llegó septiembre del mismo año y un escándalo salpicó todo el progresismo de los Kirchner: el caso Southern Winds, a través del cual una valija diplomática con 60 kilos de cocaína apareció en el aeropuerto de Barajas, Madrid. Conté entonces cómo y por qué había funcionarios del gobierno metidos en la trama, con Ricardo Jaime a la cabeza. A esa nota, le siguieron media docena más, con la publicación incluso de documentos inéditos que fueron tomados por la Justicia.
Ya en el año 2005, seguí revelando más y más historias comprometedoras para el kirchnerismo, esta vez en torno a una firma de micros llamada El pingüino, ubicada en Río Gallegos. El mismísimo Néstor Kirchner indultó en secreto a un directivo de esa firma vinculado con el tráfico de narcóticos. ¿El motivo? Así lo publiqué entonces: “El verdadero dueño de El Pingüino a través de un testaferro llamado Raúl Carlos Lopetegui Benitez es Néstor K".
Ese mismo año, llegó el momento de hacer una suerte de compendio, puntualizando que era imposible que fuera casualidad que funcionarios del gobierno aparecieran una y otra vez rozados por cuestiones vinculadas con las drogas. El artículo en cuestión se tituló “El kirchnerismo y sus vínculos con el narcotráfico”. ¿Los medios? Bien, gracias. Aún de luna de miel.
La cantidad de notas de investigación publicadas por mí sobre esta problemática, son incontables. En todas se aportaron datos concretos, fuentes y hasta documentos públicos y privados. No solo eso: se comenzó a alertar acerca de los riesgos de que se permitiera el avance del narcotráfico en la Argentina, augurando un destino similar al de México y/o los peores días de Colombia.
En 2007, anticipándome a lo que sería el triple crimen y la llegada de mexicanos a la Argentina, publiqué un jugado artículo titulado “El Estado narco”, donde se alertó acerca de la elocuencia de que “hombres cercanos a Néstor Kirchner aparecen relacionados con el negocio de los estupefacientes”.
En esos mismos días, advertí sobre la conformación de una “Comisión Antidrogas” impulsada por Aníbal Fernández a efectos de analizar ese fenómeno en crecimiento. Entonces anticipé que, lejos de combatir el flagelo, lo que se buscaba era despenalizar su negocio y permitir el arribo de narcos foráneos a la Argentina. El tiempo, lamentablemente, me dio la razón.
En 2008, me metí de lleno con uno de los hombres más importantes del kirchnerismo: Cristóbal López. Revelé en ese momento algo que nadie sabía aún: que era investigado por organismos federales de Estados Unidos por presumirlo lavador de dinero de negocios ilícitos.
Ese mismo año llegó un hecho que conmocionaría a la sociedad y dejaría expuesta la permeabilidad de las fronteras argentinas respecto del crimen organizado: el triple crimen de General Rodríguez. Allí perecieron Sebastián Forza, Leopoldo Bina y Damián Ferrón bajo una lluvia de balas.
El kirchnerismo intentó por todos los medios posibles vincular ese hecho con sicarios mexicanos y negocios foráneos. Sin embargo, insistí a través de una docena de notas de investigación con que la pista más firme estaba en la Casa Rosada. El tiempo volvió a darme la razón y la Justicia también.
No fue premonitorio lo mío, sino pura indagación y la suerte de haber sido el primer y único periodista que entrevistó al joven Forza. Su testimonio, dicho sea de paso, fue entregado a la justicia.
En mis artículos desnudé la relación del triple crimen con los aportes de campaña de Cristina Kirchner y Julio Cobos en 2007 y la participación de matones relacionados al hoy senador Fernández.
En ese momento, los periodistas seguían a pie juntillas las “revelaciones” del ex juez Federico Faggionato Márquez, puesto por el kirchnerismo para desviar la atención mediática. Había pasado un mes del triple homicidio y yo era el único que desnudaba la operación ad hoc.
Gracias a mis notas, Faggionato Márquez fue destituido y el expediente se encaminó por la senda correcta.
No obstante, lo que publiqué en 2008 fue refrendado por los medios recién un año más tarde, contando exactamente lo mismo que yo había dicho durante meses y, obviamente, sin citarme.
Mientras los demás colegas empezaban a acercarse tibiamente a lo que yo ya había desnudado por completo —y que fue confirmado por la Justicia de Mercedes años después— yo ya había llegado al punto de desnudar cómo el narcotráfico había financiado parte de la campaña del Frente para la Victoria en 2007. Se trataba, principalmente, de fondos de cartel de Sinaloa, gerenciado por el hoy célebre Joaquín “Chapo” Guzmán.
Cinco años más tarde, varias investigaciones —principalmente la del norteamericano Douglas Farah— revelaron lo mismo.
Volviendo a 2008: a fines de ese año, revelé que el kirchnerismo, lejos de haber aprendido la lección que dejó el triple crimen, avanzaba en una serie de leyes que perseguían el blanqueo de dinero, tanto de la corrupción como el narcotráfico. “Gustavo Rodríguez, presidente del GAFI, ha admitido que la cúpula del organismo muestra preocupación porque en la Argentina no hay un solo condenado por lavado de dinero”, dije entonces.
En mayo de 2009, fui aún más allá: revelé “los vínculos del kirchnerismo con la ruta de la efedrina”.
Pero fue en agosto del mismo año cuando llegó el gran golpe para el gobierno: fue al momento de publicar cómo la DEA advirtió al gobierno sobre el tráfico de efedrina en la Argentina. Si bien el kirchnerismo intentó desmentir la información en un principio, la propia agencia lo confirmó tiempo después. Diario Perfil, por caso, reveló lo mismo durante 2013.
¿Qué hicieron los Kirchner? Cajonearon el informe para que nadie supiera acerca de ese señalamiento.
La explicación tal vez pueda darse a raíz de la siguiente nota que publiqué al respecto en diciembre de 2009, titulada “los Kirchner, su fortuna y el narcotráfico”. El título del artículo lo dice todo.
Podría seguir detallando ad infinitum cómo fue mi trabajo durante los más de diez años del kirchnerismo, siempre en casi completa soledad. Como dije más arriba, mientras el periodismo se mostraba enamorado de los Kirchner, el avance de las drogas se hizo carne en silencio.
Ello explica por qué en la mayoría de mis artículos hago insistentes llamamientos a detener la oleada narco que ya se avecinaba sobre la Argentina. Fue con genuina preocupación.
Ahora... si los funcionarios de turno se hubieran ocupado antes, ¿se podría haber morigerado el daño que hoy producen las drogas en el país? Tal vez sí, tal vez no. Imposible saberlo: es casi historia contrafáctica.
Ello nunca podrá saberse, porque no existió —ni existe— voluntad por parte del gobierno de trabajar contra el comercio de narcóticos.
Como dijo alguna vez Víctor Kiam, “la desidia es el asesino natural de la oportunidad”.